Las fuerzas ocultas
Trump acusa a la OMS de no haber hecho la
tarea: ir a China y comprobar que los chinos estuvieran diciendo la “verdad” en
cuanto al nuevo virus. Muy razonable lo de Trump: creer a China a pié juntillas
es lo mismo que creerle a él a rajatabla. De paso, desde luego, se saca el
fardo de encima en un año electoral y con miles de muertos de haber
trivializado la pandemia, como Johnson en el Reino Unido o Bolsonaro en Brasil.
La OMS, que no es un organismo filantrópico precisamente, presentó baches desde
el inicio. Que siguieron: ahora salieron a luz correos, desde Taiwan, donde se
le advertía de un virus nuevo, pulmonar y letal. La OMS lo niega. ¿Quién dirá
la verdad, si es que existe tal cosa? También afirma, en un rapto de pesimismo,
que el virus no desaparecerá y que habrá que acostumbrarse. Rara forma de
expresar una realidad potencial, puesto que hay muchos virus que no
desaparecieron, y nos acostumbramos, como por ejemplo el HIV, el ébola, el
dengue, el resucitado sarampión. O el de la influenza, que cada año se lleva
miles de vidas en todo el mundo casi como un hecho natural y sin cuarentenas. Trump,
China, OMS: en fin. Aquí nosotros, acorralados por encierros interminables, por
picos que se estiran, por una rara sensación de que hay cosas que no nos están
diciendo. Es comprensible: ¿quién se atreve a la disciplina científica? Un
virus simple que tiene a mal traer a epidemiólogos, infectólogos y políticos: partió
de animales vivos y mutó, ahora parece que fue gestado en laboratorios;
contagia solo por proximidad con enfermos, ahora parece que está en el aire y
se queda allí un buen rato; vive 3 días en la ropa, no, eran tres horas;
barbijos no, hoy tal vez sí; cuarentena no recomendable, hoy indispensable,
etc. Rara sensación de que nos están armando algún relato donde los intereses
en juego trascienden largamente el loable tema de la salud social. A propósito:
¿China nos está vendiendo “insumos” contra el virus que crearon? Casi un
grotesco.