Modelo Sueco, Higienismo y viejos vicios
A pesar de que el Ejecutivo debe y cree tener
el control en el manejo de la pandemia, no es tanto como parece. Y mucho menos,
en manos de un solo hombre. La sociedad moderna, aunque a veces parezca lo
contrario, tiene poco de rebaño y bastante de impaciencia, al margen de que
está híperinformada. Es que casi nadie quiere suicidarse para no morir. Si el
virus convivirá con el ser humano durante mucho tiempo, como insiste Ginés
García (y otros especialistas), se tendrá que buscar formas de enfrentarlo con
productividad y creatividad, sin encierros ni autoritarismos sanitarios.
Tampoco, claro está, escudadas en el miedo como control y sostenimiento de un
estado de cosas, o en la falsa antinomia vida-economía. El higienismo, hoy como
ayer, fue una disciplina que se adentró siempre en terrenos riesgosos en cuanto
a derechos inalienables del hombre con el argumento del bien público en peligro
por encima de todas las cuestiones individuales. Causa loable si no fuera
porque históricamente esa defensa del bien común también fue instrumento
político para domesticar y reordenar a las poblaciones consideradas peligrosas
para sus fines. El plan urbanístico de Haussmann en París, exportado a todo el mundo,
es un claro ejemplo de higienismo contra-revolucionario. Y en versión local,
las “limpiezas” de los díscolos conventillos en la Buenos Aires de principios
de siglo apuntaban a separar a las masas politizadas que se reunían en espacios
comunes, como los patios, y ubicarlas en casas independientes, construidas en
serie, volviéndolas eternas deudoras del Estado. Series arquitectónicas pero
también vidas seriadas y fácilmente digitadas.
El otro problema es el Presidente cuando olvida
los modos que lo llevaron a la presidencia e incurre en viejos vicios y se
transforma en un agrietador serial. Una cosa es que se las tome con la inocua
Suecia y sus estrategias para enfrentar la pandemia, en una reminiscencia de
los dichos de su mentora en cuanto a que Alemania era más pobre que la
Argentina (aunque no entendemos por qué
no buscó ejemplos más cercanos, como Brasil y EEUU). Y otra muy diferente es
empezar a pensar en el futuro político electoral y en descartar rivales vía
coronavirus. Si el gobierno de Macri fue un desastre, también lo fue el
gobierno de la Provincia de Buenos Aires, con sus casi 2000 villas y
asentamientos que la pueden convertir en un cementerio. O con un paupérrimo
sistema de salud, el que muchas veces obliga a la población del conurbano a
cruzarse a la capital para atenderse. Ni hablar de los geriátricos y las
miradas distraídas en cuanto a habilitaciones y condiciones reglamentarias.
Capital y PBA tendrán que hacer un arduo trabajo sobre estos sectores, muy
descuidados, que ahora constituyen el objetivo principal de la enfermedad. Pero
el Presidente también tendrá que tener mucho cuidado con las zonas de conflicto
que crea a su paso (y con su verba): es tiempo de pensar un plan económico, de
reactivación productiva, de rescate de puestos de trabajo, incluso de pensar
nuevas formas con justicia social, solidaridad (real, queremos decir) y menos
privilegios para unos pocos. La sociedad ya mostró su hartazgo con el encierro.
Si además intuye que retornan aquellos modos que aborreció en el pasado (eterna
y oportunista búsqueda de enemigos para rehuir responsabilidades, indiferencia
hacia las necesidades de los grupos vulnerables, corrupción en precios y
adjudicaciones, vaciamiento de infraestructuras, olvido de los derechos
fundamentales convertidos en bienes lucrativos, etc.) y en plena pandemia, la
credibilidad política se irá disipando como se espera que lo haga el mismo virus.