miércoles, 13 de mayo de 2020

MODELO SUECO, HIGIENISMO Y VIEJOS VICIOS

Modelo Sueco, Higienismo y viejos vicios

A pesar de que el Ejecutivo debe y cree tener el control en el manejo de la pandemia, no es tanto como parece. Y mucho menos, en manos de un solo hombre. La sociedad moderna, aunque a veces parezca lo contrario, tiene poco de rebaño y bastante de impaciencia, al margen de que está híperinformada. Es que casi nadie quiere suicidarse para no morir. Si el virus convivirá con el ser humano durante mucho tiempo, como insiste Ginés García (y otros especialistas), se tendrá que buscar formas de enfrentarlo con productividad y creatividad, sin encierros ni autoritarismos sanitarios. Tampoco, claro está, escudadas en el miedo como control y sostenimiento de un estado de cosas, o en la falsa antinomia vida-economía. El higienismo, hoy como ayer, fue una disciplina que se adentró siempre en terrenos riesgosos en cuanto a derechos inalienables del hombre con el argumento del bien público en peligro por encima de todas las cuestiones individuales. Causa loable si no fuera porque históricamente esa defensa del bien común también fue instrumento político para domesticar y reordenar a las poblaciones consideradas peligrosas para sus fines. El plan urbanístico de Haussmann en París, exportado a todo el mundo, es un claro ejemplo de higienismo contra-revolucionario. Y en versión local, las “limpiezas” de los díscolos conventillos en la Buenos Aires de principios de siglo apuntaban a separar a las masas politizadas que se reunían en espacios comunes, como los patios, y ubicarlas en casas independientes, construidas en serie, volviéndolas eternas deudoras del Estado. Series arquitectónicas pero también vidas seriadas y fácilmente digitadas.

El otro problema es el Presidente cuando olvida los modos que lo llevaron a la presidencia e incurre en viejos vicios y se transforma en un agrietador serial. Una cosa es que se las tome con la inocua Suecia y sus estrategias para enfrentar la pandemia, en una reminiscencia de los dichos de su mentora en cuanto a que Alemania era más pobre que la Argentina  (aunque no entendemos por qué no buscó ejemplos más cercanos, como Brasil y EEUU). Y otra muy diferente es empezar a pensar en el futuro político electoral y en descartar rivales vía coronavirus. Si el gobierno de Macri fue un desastre, también lo fue el gobierno de la Provincia de Buenos Aires, con sus casi 2000 villas y asentamientos que la pueden convertir en un cementerio. O con un paupérrimo sistema de salud, el que muchas veces obliga a la población del conurbano a cruzarse a la capital para atenderse. Ni hablar de los geriátricos y las miradas distraídas en cuanto a habilitaciones y condiciones reglamentarias. Capital y PBA tendrán que hacer un arduo trabajo sobre estos sectores, muy descuidados, que ahora constituyen el objetivo principal de la enfermedad. Pero el Presidente también tendrá que tener mucho cuidado con las zonas de conflicto que crea a su paso (y con su verba): es tiempo de pensar un plan económico, de reactivación productiva, de rescate de puestos de trabajo, incluso de pensar nuevas formas con justicia social, solidaridad (real, queremos decir) y menos privilegios para unos pocos. La sociedad ya mostró su hartazgo con el encierro. Si además intuye que retornan aquellos modos que aborreció en el pasado (eterna y oportunista búsqueda de enemigos para rehuir responsabilidades, indiferencia hacia las necesidades de los grupos vulnerables, corrupción en precios y adjudicaciones, vaciamiento de infraestructuras, olvido de los derechos fundamentales convertidos en bienes lucrativos, etc.) y en plena pandemia, la credibilidad política se irá disipando como se espera que lo haga el mismo virus.