martes, 12 de mayo de 2020

PANDEMIA2020: EL MUNDO QUE INVENTAMOS

Pandemia2020: el mundo que inventamos

Cuando se decretó la pandemia lo que más me llamó la atención fue la premura con la que sanitaristas, comunicadores,  políticos, cientistas sociales y otros especialistas se apuraron en anunciar el fin de una forma de vida y el surgimiento de una nueva “normalidad”. Mucha urgencia, pensé, frente a un enemigo del que poco se sabía y que con el correr de los días iba volviéndose bastante errático, a veces selectivo y mortal, otras hasta inocuo. La futurología ocupó un rol central en los análisis; los detallados informes médicos-científicos también. Y por supuesto, todo tipo de teoría sobre el origen del mal. Demasiado apuro, decía, en decretar el fin de una época. El mundo no necesita de un virus para cambiar repentinamente. Basta con hacer una retrospectiva de las formas anteriores a las famosas TIC y sus muchos derivados para comprender que las transformaciones constantes y radicales, abruptas por la celeridad de la tecnología, son desde hace un rato la “nueva normalidad” de esta hípermodernidad. Que no es otra cosa que la antigua modernidad acelerada. Si los dispositivos tecnológicos ya retacean la materia y subvierten el tiempo, convirtiendo a la virtualidad en la nueva presencia “real”, el virus, con sus modos y efectos algo primitivos, sería casi un ancestro no deseado de aquellos. Por otro lado, el desmadre económico y social pos pandemia no será tanto a causa del covid19 sino de las condiciones previas a él. Leer entonces a contracorriente: no “apareció” el virus para desmantelar una supuesta "normalidad" sino que el mundo lo produjo para desmantelarse y volverse a inventar, en un mecanismo incesante y generador de formas nuevas. Por otro lado, el olvido del ser humano en esta destrucción-construcción permanente no es tampoco exclusivo de sistemas políticos que esencialmente lo dejan de lado, como el capitalismo y el neoliberalismo, sino también de las pretendidas progresías y seudorevoluciones que merodeaban el planeta pre pandemia, que se inventan enemigos para no modificar, esencialmente, las relaciones de poder existentes. Como el feminismo, que llenó de ajetreos y ruidos cada ciudad y país en la que se territorializó con una por demás extraña complicidad mundial,  dilapidando tiempo, energías y recursos detrás de entelequias y dioses de barro y dejando en claro, pandemia mediante, que jamás se ocuparon, de mujeres realmente vulnerables. Por derecha y por izquierda, el hombre fue objeto de olvido, aunque hoy se rasguen las vestiduras y la buena consciencia eleve la voz al cielo reclamando por más justicia social frente al incómodo número de muertos. El mundo no cambiará por una peste más que por otras acciones, invenciones y destrucciones. Se reacomodarán las piezas, los centros de poder, se incorporarán hábitos distintos, como lo haría cualquier nuevo dispositivo lanzado al mercado por Apple o algún desplome bursátil, existirá cierto temor al principio y después, como siempre, sobrevendrá el olvido. Del hombre y de la tragedia de existir en una atmósfera que a pesar de catástrofes y normativas lo seguirá dejando de lado o lo borrará del planeta. O gracias a ellas.