Pandemia2020: el mundo que inventamos
Cuando se decretó la pandemia lo que más me
llamó la atención fue la premura con la que sanitaristas, comunicadores, políticos, cientistas sociales y otros
especialistas se apuraron en anunciar el fin de una forma de vida y el surgimiento de una nueva “normalidad”. Mucha urgencia, pensé, frente a un enemigo del que poco se sabía
y que con el correr de los días iba volviéndose bastante errático, a veces
selectivo y mortal, otras hasta inocuo. La futurología ocupó un rol central en los
análisis; los detallados informes médicos-científicos también. Y por supuesto,
todo tipo de teoría sobre el origen del mal. Demasiado apuro, decía, en
decretar el fin de una época. El mundo no necesita de un virus para cambiar
repentinamente. Basta con hacer una retrospectiva de las formas anteriores a las
famosas TIC y sus muchos derivados para comprender que las transformaciones
constantes y radicales, abruptas por la celeridad de la tecnología, son desde
hace un rato la “nueva normalidad” de esta hípermodernidad. Que no es otra
cosa que la antigua modernidad acelerada. Si los dispositivos tecnológicos ya
retacean la materia y subvierten el tiempo, convirtiendo a la virtualidad en la
nueva presencia “real”, el virus, con sus modos y efectos algo primitivos,
sería casi un ancestro no deseado de aquellos. Por otro lado, el desmadre
económico y social pos pandemia no será tanto a causa del covid19 sino de las
condiciones previas a él. Leer entonces a contracorriente: no “apareció” el
virus para desmantelar una supuesta "normalidad" sino que el mundo lo produjo para desmantelarse y
volverse a inventar, en un mecanismo incesante y generador de formas nuevas. Por otro lado, el olvido del ser humano en esta
destrucción-construcción permanente no es tampoco exclusivo de
sistemas políticos que esencialmente lo dejan de lado, como el capitalismo y el
neoliberalismo, sino también de las pretendidas progresías y seudorevoluciones
que merodeaban el planeta pre pandemia, que se inventan enemigos para no
modificar, esencialmente, las relaciones de poder existentes. Como el feminismo, que llenó
de ajetreos y ruidos cada ciudad y país en la que se territorializó con una por demás extraña complicidad mundial,
dilapidando tiempo, energías y recursos detrás de entelequias y dioses
de barro y dejando en claro, pandemia mediante, que jamás se ocuparon, de mujeres realmente vulnerables.
Por derecha y por izquierda, el hombre fue objeto de olvido, aunque hoy se
rasguen las vestiduras y la buena consciencia eleve la voz al cielo reclamando
por más justicia social frente al incómodo número de muertos. El mundo no
cambiará por una peste más que por otras acciones, invenciones y destrucciones. Se
reacomodarán las piezas, los centros de poder, se incorporarán hábitos
distintos, como lo haría cualquier nuevo dispositivo lanzado al mercado por Apple o algún desplome bursátil, existirá
cierto temor al principio y después, como siempre, sobrevendrá el olvido. Del
hombre y de la tragedia de existir en una atmósfera que a pesar de catástrofes y normativas lo
seguirá dejando de lado o lo borrará del planeta. O gracias a ellas.