CINE / DE VUELTA A CASA
Centro, periferia y modernidad
Varios autores sostienen que las vanguardias
estéticas de Europa de fines del Siglo XIX fueron un "arte de periferias". Ese Art Nouveau (que en cada lugar adquirió nombre propio y características
definidas) constituyó una forma de rebelión surgida en aquellas ciudades que orbitaban alrededor de centros rectores apegados a tradiciones y jeraquías. Así Bruselas, Glasgow, Barcelona, Viena, Chicago, Praga
entrevieron que el avance tecnológico, motor de esa arrolladora modernidad
industrial, podía ser también cuestión estética. Que las pesadas formas,
heredadas del pasado, tenían los días contados. Ciudades que por otra parte se
industrializaron a mayor velocidad que sus cabeceras (aquí Rosario en relación
a Buenos Aires). La periferia entonces como lugar de apertura a lo nuevo (y sitio de fundación del primer Borges, en sus diversas acepciones: orilla, ocaso, suburbio), pero
también, como escucha de una época. O mejor dicho, de los problemas de una
época: la masificación, el crecimiento incontrolable de las ciudades, el tiempo
mecanizado, la construcción seriada y normalizada, la industrialización sobre la producción artesanal, los nuevos temas, las nuevas percepciones. Hoy, como si las grandes ciudades mundiales estuvieran
saturadas de novedad inocua y mercantilizada, se observa el papel protagónico de
núcleos urbanos hasta hace muy poco tiempo sinónimos de devalúo, tanto material
como existencial. Así Brooklyn en relación a Manhattan, por ejemplo. O la misma
isla, pero abordada desde sus zonas marginales. De algo de esto trata el film rumano De vuelta a casa, la ópera prima de Andrei Cohn. Bucarest (y sus extensiones Londres, París, Nueva York) versus el pueblo chico,
mediocre, donde sus habitantes se auto desestiman frente a las luces de las
grandes metrópolis. Robert, poeta, periodista, y supuesto conquistador de éstas, vuelve a su casa por un día, a la casa de su padre, al reencuentro con viejos amigos de la adolescencia. A partir de allí, el
enfrentamiento entre ambas geografías. No es casual este retorno, no solo del
personaje sino de las filmografías, ya fueran de países periféricos, como
Rumania; o de centrales, pero mirados desde dicha ubicación (ya lo vimos en la excelente serie noruega Vida dura desde los márgenes de la inmigración polaca; o en Proyecto Florida,
solo por citar las más recientes). Este retorno a una instancia pre posmoderna
desde donde replantearse la relación del hombre, precisamente, con su
entorno, con esas ciudades antropofágicas que no detendrán el mecanismo hasta
lograr su objetivo final: seres automatizados, no pensantes y felices de ir rumbo al matadero.