Irene es la encantadora dueña de una de esas librerías
marginales que abundan en Madrid. Las de “segunda mano”, que tanto pueden
atiborrarse de chatarra como atesorar hallazgos. La chica es politóloga, está
haciendo su doctorado en la
Complutense , estudia las migraciones y los mecanismos de
poder y control en las ciudades, que van más allá de muros y rejas (allí surgió
la empatía y una larga charla) y fue alumna de todos los referentes de Podemos.
También, está bastante desilusionada. “No se puede saltar de la academia a la
gestión política, sin formación previa”, me dice. Y me cuenta algunos
entretelones de esa agrupación que prometía y que ahora está sumida en luchas internas.
No entiende cómo las clases más desposeídas de España se vuelcan por la derecha
y ambas nos largamos a reír cuando tocamos el tema de la oratoria de los respectivos
mandatarios. Y dice algo sorprendente: que hay mucha bibliografía argentina en
sus planes de estudio. Le digo que la
UBA no es lo que parece, que abundan los negociados y los cotos de caza, al margen del declive del nivel educativo; ella me
retruca lo mismo de la Universidad española. Le sorprende, sin embargo, estos focos de
resistencia que se erigen en condiciones tan adversas, ella con la librería
(son varios locales, que realizan una gestión mucho más amplia que la mera
venta de libros) y nosotros con la revista, la editorial y el centro de
estudios, sin ayuda alguna y sobre todo, totalmente independientes. Afirma que el pensamiento provoca melancolía e impotencia. Hay sólidos
mecanismos de estupidización global y lo peor es que tiraron las llaves y nos
dejaron adentro, remata. Afuera, arde Madrid: son las horas previas a un
partido de fútbol entre dos equipos no locales. Por lo que cada zona de la
ciudad está tomada por sus hinchas bajo la tutela de carros policiales y la
mirada de turistas y madrileños que escuchan los cantos de unos y otros. ¿Pero
por qué no jugaron en Barcelona o en Sevilla?, le pregunto a un vendedor de
diarios. Porque es la final de la
Copa del Rey, me contesta casi con enojo. No hay camas
disponibles en Madrid, me avisa la dueña del hostal: hoy el partido, mañana el
maratón Popular. Este dejará paralizada a la ciudad. Me quedo con la imagen de
esas llaves tiradas por algún lado.