Pasajes
Comprender a través de un objeto, a veces
minúsculo, la mecánica de una época: ese fue el proyecto inicial de Benjamin
con los pasajes y la Modernidad. Que luego se amplió a París como capital del
siglo XIX. Que es lo mismo que decir, capital de una ruptura y de una
reorganización. De una nueva correlación de fuerzas que, por esa misma
dinámica, se desplazaba a mayor velocidad que el tiempo de la propia escritura.
Así como se vio obligado a cambiar el título de su libro "Pasajes", porque estos ya entraban en decadencia
rápidamente, pronto también ese "palco en el cual se pondría en escena el
drama de la modernidad", como dice Renato Ortíz, se desplazaría hacia
otras geografías. Vendría Berlín, tal vez: allí el intento de Alfred Döblin y
la Alexanderplatz como elemento urbanístico y a la vez, alegórico, de refundar
el nuevo siglo que se inicia finalizada la Primera Guerra y que culminaría con
la otra. Y luego, claro está, Nueva York, los rascacielos y Frampton que la
declara capital del nuevo siglo XX.
(Hace algunos años visité el Pasaje de los Panoramas en París: ¡qué desilusión! Me recordó a esas galerías venidas a menos de la década del 80 en Buenos Aires. Pero tal vez comprendí como nunca aquel desfasaje entre realidad y trabajo intelectual. Esa ilusa tarea del lenguaje)
(Hace algunos años visité el Pasaje de los Panoramas en París: ¡qué desilusión! Me recordó a esas galerías venidas a menos de la década del 80 en Buenos Aires. Pero tal vez comprendí como nunca aquel desfasaje entre realidad y trabajo intelectual. Esa ilusa tarea del lenguaje)