La lengua deportada
"Por el
momento, sigue siendo la segunda lengua", nos dicen en el Instituto de
Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Nueva York, en el corazón del
Greenwich Village. "Se puede atravesar la ciudad sin hablar inglés",
agregan desde el Instituto Cervantes. Latinoamérica se ha vuelto obsesión.
Lejos, lejísimos quedaron aquellos tiempos en los que el norte nada sabía del sur.
Ahora, el otrora bárbaro está en casa y es objeto masivo de estudio. De todo
tipo de eventos, jornadas, congresos, publicaciones, intercambios y nuevos
rituales. De contaminaciones que jaquean el viejo orden conocido: Trump promete
deportar a 11 millones de personas, dice el Times, que ya tiene su versión en
español. Pero, eventualmente, ¿se puede deportar una lengua que ya se perfila
omnipresente, que no solo se escucha en los trabajos poco calificados sino que
ya ingresó a los centros del pensamiento? Y en todo caso, ¿qué lengua es ésta
que circula por calles, aulas, bares y metros? No hay forma singular que
resista ni posibles propietarios; sí, en cambio, ese latente (y siempre inútil)
peligro de normalización. “Nuestra biblioteca lleva el nombre de Jorge Luis
Borges”, nos dicen en el Cervantes. “Ahora estamos mirando a Cuba”, agregan en
el Instituto de la
NYU. El tiempo
corre veloz; la primavera oscila entre el frío y el calor, con aguaceros
repentinos y soles negros que emergen de golpe y confieren a la ciudad una
atmósfera extraña.
Foto: "Muchedumbres" / Exposición fotográfica Instituto Cervantes de Nueva York