“No a todos les es dado
tomar un baño de multitud; gozar de la muchedumbre es un arte; y sólo puede
darse a expensas del género humano un atracón de vitalidad aquel a quien un
hada insufló en la cuna el gusto del disfraz y la careta, el odio del domicilio
y la pasión del viaje…"
Baño de multitudes es lo
que suelo tomarme en estos viajes. Multitudes eufóricas, autóctonas y errantes,
en ciudades esplendorosas. Porque, ¿con
qué otro adjetivo definir a Chicago? Claro está, son apenas unas horas de
recorrida, cansada, luego de una escala medio infernal en Miami y un
interminable viaje en avión. Pero ya se intuye esa autoconciencia de
privilegio. Privilegio histórico, además: en sus calles se codean, se
apretujan, diríamos, hasta rivalizan en protagonismo, obras de genios y
artistas. Así Mies Van der Rohe, Wright, Sullivan, Burnham, Holabird, nos respiran en la nuca en esta ciudad ventosa. Ningún escenario, ningún
muestrario, ni tours atragantados de arquitectura: hay que recorrerla despacio, darse "un atracón de vitalidad" a la manera del moderno Baudelaire, oír esos murmullos que dieron origen no solo
a esta ciudad majestuosa, incendiada e incendiaria, sino a la propia
modernidad americana.
Fotos: Zenda Liendivit (noviembre 2015)