miércoles, 11 de noviembre de 2015

LOS OFICIOS DIVINOS

Los oficios divinos




Abordo el tren en la estación State/Lake, a pasos de la fastuosa Milla Magnífica, rumbo a Oak Park, donde se encuentra la casa-estudio de Wright. En las alturas férreas me asaltan dos imágenes: "ER" y "Metrópolis". Entre los desencuentros amorosos de esos médicos demasiado humanos que deben lidiar con las miserias cotidianas, siempre en inviernos ventosos, y el futurismo de puentes que cruzan los cielos, glorifican la tecnología y entierran las miserias en el subsuelo. La desoladora realidad y las expectativas utópicas. En el medio, esta Chicago que fascina y repele, opulenta y a ratos, también miserable.
En Oak Park, a pocas cuadras de la estación Harlem, se levanta el barrio de Wright y Hemingway: mansiones aristocráticas rodeadas de extensos jardines, sin medianeras ni muros, la mecedora, las bicicletas, las calabazas sonrientes del reciente Halloween, las ardillas que corretean entre los montículos coloridos de este otoño soleado y ese bucolismo desentendido de los vicios de la ciudad y del resto del mundo. De ese mundo cosmopolita y moreno que está a poquisimos pasos de distancia y que se apelotona en los vagones atestados de la Green en un silencio amable y hosco. Un suburbio dorado con su propia periferia.
En la Bienal de Arquitectura de Chicago pude ver desde proyectos urbanísticos para ciudades del tercer mundo hasta delirios desopilantes. ¡Ay, los arquitectos!  Es cierto que no tienen (tenemos) el salvoconducto de los otros artistas, para los que la realidad es una anécdota prescindible. Pero también es cierto que la cercanía divina con el oficio de la creación de formas estéticas y habitables los ubica a veces en terrenos pantanosos. Otra vez, entre la imaginación utópica y la realidad, que está allí. Y sobre todo, con mucha frecuencia, urgente e indigente.













Casa-Estudio de FLW (Fotos: Zenda Liendivit / Noviembre 2015)