Nueva
York, los malos y los buenos
Una semana antes de este viaje ingresé
dos veces a la guardia del hospital: estrés y todo lo demás. El alejamiento
sonaba entonces, y como efecto secundario del trabajo, beneficioso.
Tal vez fuera así, pero ¿uno se aleja? ¡Qué problema éste de las distancias que
dejaron de ser mensurables! Hasta el atentado en París, miraba a Nueva York desde las
migraciones. Noté que había menos extranjeros que otras veces: alguien ensayó
que se estaba gestando cierto disgusto hacia ellos con el avance de Trump.
Ahora, después del último viernes, la empiezo a percibir blindada. Uniformados ostentando armas largas en lugares estratégicos. Pero el vértigo aquí
no decae y siempre hay fronteras difusas. Es que NY parece ella misma una de las mejores
ficciones de Hollywood. Está pensada para el sobresalto, la tensión de la
próxima escena, el próximo escenario, el efecto especial y la trama que se
desplaza y captura. Ese desplazamiento
esencial para que el mecanismo funcione. Ocupar posiciones. Moverse y mostrarse,
pertenecer ya no solo a la Gran Manzana
sino a determinados sectores que irán conformando rituales de verdad y de identidad.
Ahora está en la mira. Pero, ¿alguna vez dejó de estarlo? “No viviremos con
miedo ni van a intimidarnos”, decía hoy en los noticieros el Comisionado desde el Times Square. El mensaje era para todo el mundo. También, para ese que
se alegra por lo bajo (y a veces no tanto) y disfruta más con la desgracia del
otro que con cualquier logro propio. Alegría
del humillado generada, precisamente, por este perverso mecanismo de confusión
de planos. Confundir la realidad (hombres, mujeres, niños que aman, odian,
viven y que de golpe vuelan en pedazos) con la ficción (hay un malo, muy malo,
que anda dominando y sometiendo al pobre y que se merece el destino sangriento
en su propia casa) es una estupidez nada inocente. Suele ser la otra cara del
“algo habrán hecho”, que tan bien conocemos. Ese pensamiento policial y tribunalicio que sale a flote ni bien encuentra una posibilidad y que es reclutado,
como mano de obra demasiado barata y obediente, bajo el también perverso sello de la política. Estoy alojada a unos metros del Times
Square; me muevo en el metro y también frecuento en estos días
calles, museos y demás íconos odiados por “todo el mundo”. He tomado varios aviones y todavía faltan. No sé si me espera
la paz o el espanto. Algo habremos hecho. Tal vez, no creer tanto en las
ficciones armadas por otros. Para eso, basta y sobra con los maravillosos Broadway y Hollywood.
Fotos: Zenda Liendivit (Noviembre 2015)