El
martes pasado, la noticia en los medios fue el nuevo debate republicano que se
llevaría a cabo esa noche en Wisconsin. Casi en simultáneo, el otro tema de la
semana fue el fallo del Tribunal de Apelaciones de Nueva Orleáns contra la
orden ejecutiva migratoria de Obama, que intentaba frenar la deportación de
alrededor de cinco millones de inmigrantes. Dos noticias que, a simple vista,
parecerían complementarse muy bien. El conductor que me trajo del Aeropuerto JFK era, también previsiblemente, latino.
Nació en Ecuador pero desde hacía 25 años residía en Queens. Fue lapidario ante
mi pregunta de cómo se sentía en la ciudad: trabajo, me dijo, para complacer a
los clientes. "O sea, hace 25 años mi trabajo es jamás contrariar al otro.
Desconozco si yo tenía potencial para algo más. Ya no lo sabré…”
Me contaba también que los niveles de competencia, eficiencia y rigor a veces se tornaban intolerables. Y que la seguridad era obsesión y el botín más preciado. “¿Quién se animaría a cometer el más mínimo desliz? Se convierte en paria el resto de su vida”. Una ciudad feroz, pensé, nada nuevo bajo el sol. Solo que cuando la ferocidad tiene rostro, se la percibe de otra manera. Tal vez por ello, algunos medios de comunicación de habla hispana insisten con las caritas de niños morenos en primer plano. O con historias de jóvenes que aspiran a una educación universitaria casi como reivindicación de sus historias familiares. El sábado próximo será el debate de los demócratsa en Iowa. El eje vuelve a ser el crecimiento de la población latina y su potencial poder de decisión.
Los candidatos presidenciales, que se cruzan denuncias y chicanas cada vez que encuentran oportunidad, no pueden sino recordarme lo que nunca dejé en suspenso en Argentina: el ballotaje. Solo que la distancia ofrece otras perspectivas. Emancipada de alguna forma de pertenencia, esa extensión, que con frecuencia se nos escapa por exceso de localía, adquiere el protagonismo velado. Se pone en escena y no lo hace a través de grandes verdades, sino en forma sutil. En pequeños gestos y trivialidades que van armando una red envolvente que tiene sus propios puntos de tensión y que actúa de acuerdo a cómo nos vamos moviendo en ella. Afuera, en estos casos, es una buena forma de estar adentro
Me contaba también que los niveles de competencia, eficiencia y rigor a veces se tornaban intolerables. Y que la seguridad era obsesión y el botín más preciado. “¿Quién se animaría a cometer el más mínimo desliz? Se convierte en paria el resto de su vida”. Una ciudad feroz, pensé, nada nuevo bajo el sol. Solo que cuando la ferocidad tiene rostro, se la percibe de otra manera. Tal vez por ello, algunos medios de comunicación de habla hispana insisten con las caritas de niños morenos en primer plano. O con historias de jóvenes que aspiran a una educación universitaria casi como reivindicación de sus historias familiares. El sábado próximo será el debate de los demócratsa en Iowa. El eje vuelve a ser el crecimiento de la población latina y su potencial poder de decisión.
Los candidatos presidenciales, que se cruzan denuncias y chicanas cada vez que encuentran oportunidad, no pueden sino recordarme lo que nunca dejé en suspenso en Argentina: el ballotaje. Solo que la distancia ofrece otras perspectivas. Emancipada de alguna forma de pertenencia, esa extensión, que con frecuencia se nos escapa por exceso de localía, adquiere el protagonismo velado. Se pone en escena y no lo hace a través de grandes verdades, sino en forma sutil. En pequeños gestos y trivialidades que van armando una red envolvente que tiene sus propios puntos de tensión y que actúa de acuerdo a cómo nos vamos moviendo en ella. Afuera, en estos casos, es una buena forma de estar adentro