Vértigo y creación
Publicar un libro
no es lo mismo que publicar una revista. El libro es nuestro oficio, nuestra vocación, una especie de tarea
impostergable (¿qué haríamos si no?) que, en algún punto, también se torna
costumbre. Ni presentaciones intrascendentes, con amigos, colegas y allegados a
los que exigimos prensa, lectura y elogios (entusiasmo exitista tan propio de aquéllos para los
que la escritura es una fiesta por discontinuidad o un negocio), ni maratones periodísticas en donde se intenta explicar lo inexplicable en cinco
renglones o en diez minutos. El libro se edita, entra en circulación, aspira al lector y a la
eternidad (para qué negarlo?); construye sutilmente la época y nos construye en
nuestra irrevocable soledad de pensadores. Un nuevo número impreso de una
revista cultural tiene, en cambio, algo de heroicidad, sacrificio, de acción
conjunta. Una feliz socialización del saber, un encuentro con el otro, que
también está pensando. Una fiesta compartida. Y más aún, en esta época de indigencia cultural.