Aproximaciones a Fitzgerald
1.
Vértigo y ruina, esplendor pasado
devenido catástrofe reciente. Eso es lo primero que se me ocurre cuando leo,
también por primera vez, a Fitzgerald. Surge Benjamin (se sabe: nadie puede
desprenderse de su pasado ni tampoco de esos autores con los que se crió) y
aquel maravilloso texto de Angelus Novus y el ángel de Klee. Entonces, esa
costumbre de entablar vecindades, tradiciones, influencias: surge el imperioso deseo de aquietarlo. De que esa grieta que abre a cada
paso no me arrastre. Tarea dificultosa: su escritura misma es un agujero que
absorbe y repele. Que sustrae el suelo común y deja al lector en la misma
posición en la que se encuentra él, derrumbado. Experiencia molesta. Una imagen
maravillosa, y ¡ay! un golpe inesperado, algo nos estalla en las manos, el
souvenir que trajimos del último viaje, el primer libro publicado o nuestros
últimos 20 años de vida. Efecto topadora que no distingue valoraciones.
Palabras y sintaxis que explotan como vidrios cuyos pedazos quedan
desparramados en el piso, invisibles, a la espera de pies descalzos. Así es
este escritor endemoniado que parece propinarle todo tipo de jugarretas al
lenguaje. ¿Alta cultura?, ¿viejas tradiciones? Ya veremos, apenas me estoy
aproximando. Es literatura de Estados Unidos, no es por supuesto ni James ni
Poe. Es la generación perdida, de la que conozco bastante poco. Ocurrió una
guerra, una debacle financiera mundial, hay restos, ruinas, suicidados y locos
internados en manicomios. El célebre y filosófico “Comment dire” de Beckett
traducido al pragmático “What is the word?, me sirve por el momento, para el
desplazamiento de la mirada, de una tradición a otra, para ubicarme, por lo menos.
2.
Los años felices: Jazz, literatura y
cine. Alcohol y prosperidad económica. Burbuja especulativa y terrible fin de
fiesta. Nada de historia: todo es, al fin y al cabo, ficción. ¿El derrumbe del
novelista sobreviene cuando, a manera de los lanzallamas de Arlt, roza los
bordes de lo real? ¿Cuando, como afirma él mismo, se identifica con los objetos
de su horror? ¿Cuando se interrumpe esta maquinaria ficcional, se toma un
respiro y nada, se topa con la nada? El crack, jueves negro y recomposición de
la maquinaria: en la misma década surge el cine sonoro. El show siempre debe
continuar (Los Angeles-Nueva York, y el mundo entero como destino inmediato)
3.
"La mayor y más brillante
borrachera de la historia"; "Éxtasis"; "Talento artificial
como la Era de la Prosperidad"; "Derroche"; "Agitación
nerviosa, histeria": "El Crack Up" es desmantelamiento de una
poética, como el niño que desarma el juguete preferido para ver que hay
adentro. No siempre la imagen es agradable. Pero el niño lo lanza a la basura o
rearma el desecho en una nueva imagen. El niño tiene tiempo. El problema de
Fitzgerald no es que se quedó sin tiempo sino la naturaleza de ese tiempo
pasado, cuando el juguete aún estaba armado. El reconocimiento, a costa del
derrumbe, del artificio como constructor de una década, de una obra, de una
persona. ¿Borges lo comprendió mejor y se resguardó? ¿O insertó su obra sobre
la experiencia de la catástrofe ya consumada? La Nueva York de Fitzgerald actúa
sobre el novelista en vivo; la Buenos Aires pesadillesca de Borges se funda,
diríamos, al día siguiente.