Genocidio y civilización
Si hay un personaje que me resulta nocivo (y detestable) en la cultura argentina es Sarmiento. Mucho más aún que Roca y Mitre. Porque en Sarmiento se funda esa idolatría olímpica donde se asienta no tanto la historia de una nación sino sus modos de pensarla. Evidentemente, hay una pulsión por tener una historia brillosa, una característica diferencial que pueda elaborar, como las metrópolis industriales europeas del siglo XIX, una poética propia en el espanto y la fascinación. El entorno natural se transforma en espacio vacío, llanura, desierto, inmensidad, barbarie y otros artilugios semánticos para configurar, y sistematizar, tanto el pasado como el porvenir. Se olvida con extrema frecuencia, y muy convenientemente, que así como Adorno no pudo ver posibilidad alguna de poesía después de Auschwitz, tampoco sería posible en ese espacio que se vació a fuerza de supresiones violentas de todo aquel elemento que no constituyera material calificado para fundar una identidad. Habría que contextualizar el Facundo y otras obras que componen el corpus académico (aquí empezamos con las colonizaciones) no solo por el prontuario ideológico de su autor sino para trazar nuevas formas de leer el pasado. Habría que ejercer un sano parricidio, desestabilizar esa facticidad del lenguaje que estructura las mentes de las generaciones venideras en dispositivos que se pretenden legítimos y que en realidad no son más que productores de barbaries futuras.