El amor perdido como enfermedad terminal: imposible de recuperar (o de curar) no por voluntad sino porque en aquella pérdida también se produjo un extravío, el del abandonado. Por eso, cualquier retorno se estrella contra la nada. En ese enfrentamiento entre dolor y nada surge (casi a manera de redención) la compensación estética. La música viene a reparar, de alguna forma, esa contradicción entre el dolor mortal por el abandono y la nada que genera. La versión de Daniel Toro es la más trágica; en la de Mercedes Sosa, en medio de la desolación, hay un resto de esperanza; en las de Diego Torres y Soledad, se consolida en cambio, y definitivamente, esta compensación. En los dos primeros, las palabras son estiletes; en los otros dos, actúan como tales.