Los mapas mudos
Los exámenes de geografía nos causaban terror. “Para mañana, mapas de orografía, hidrografía y división política del Paraguay”, decía la profesora en tono calmo y silenciaba de golpe al aula. El norte siempre fue complicado: Concepción- Concepción, San Pedro-San Pedro, esos son fáciles de recordar, actividad económica, población, límites, clima… Los dos primeros y no sabíamos nada, nada de nada, salvo que el nombre de la capital coincidía con el del departamento, pero por lo demás eran como puntos oscuros en esos mapas mudos del examen. Por lo menos del vecino Amambay, por historia o por delito, se hablaba. Porque ni Concepción ni San Pedro tenían la mística bandolera de ciudades como Pedro Juan Caballero (ahí iba “comercio”, sin duda), desde donde llegaban historias aún más oscuras que desde Puerto Presidente Stroessner (hoy Ciudad del Este) y que está separada de Brasil por apenas una calle, esta vereda Pedro Juan, enfrente Punta Porá. Cruzo y cambio de país, ¿qué son los que viven en esas ciudades, paraguayos o brasileros? ¿Una mezcla? ¿Nada y no les importa? ¿Extranjeros eternos? Tanta guerra para terminar confundidos en el límite de una calle con leyes del lejano oeste y nacionalidad difusa. Tampoco poseían la heroicidad de Cerro Corá donde fue a morir López y que era recordada, por lo menos cada 1º de marzo, con cierto aire doloroso. El centro y sur del país eran diferentes, allí estaban la riqueza, los paisajes paradisíacos, las buenas carreteras, Asunción. Recuerden que San Pedro tiene forma de cuero, piensen, cuero, ¿qué actividad produce cueros?, ayudaba la profesora. San Pedro entonces era ganadero. Qué más, tenía bañados, y ríos, con el Paraguay al oeste, y esteros, selva. Calor insoportable. Eso servía para el ítem “clima” y para ubicar las zonas agrícolas. Pero nada sabíamos de alemanes que fueron a fundar colonias utópicas, muchos menos de Ligas Agrarias ni de latifundios, Nietzsche estaba tan prohibido que lo único que alcanzamos a escuchar es que era el anticristo. O algo así, las versiones llegaban mezcladas, por las dudas, nos lo prohibieron a él, a su familia y allegados. Las pujantes colonias alemanas que conocíamos estaban en Villarrica, el bastión cultural del país, la tierra de mis bisabuelos y abuelos maternos, llegados después de la Guerra de la Triple Alianza, todos alemanes que amaban al Paraguay, se mezclaban sin reparos y aprendían el guaraní y lo hablaban como nativos. Pero no eran paraguayos, tenían portación de cara, rubios, altos, de ojos claros. Ningún conflicto, Paraguay es nacionalista pero no excluyente, recibe a todos; la otra comunidad estaba en San Bernardino, la ciudad del mítico lago azul -que jamás fue azul ni de ningún color parecido, más bien siempre tendió al marrón y ahora está verde de algas y desechos industriales-, ese al que Vinicius canta, y lo canta como un brasilero, no como un paraguayo; Vinicius es romántico, cualquier versión paraguaya es trágica. Había alemanes también en el Chaco –el otro gran misterio de la geografía que solía resolverse con la etiqueta de desierto. Había alemanes también al sur, en Itapúa, donde construyeron el hermoso Hotel Tirol, seguramente para no extrañar demasiado, donde iban los novios de luna de miel y los turistas. Pero el calor del norte es insoportable; la selva, impiadosa; la fauna, innombrable: una geografía difícil para pensar utopías. Una geografía que nos aterrorizaba precisamente porque en el blanco de esos mapas, y en el silencio que solía precederlos, intuíamos que nada había de vacío. Y lo llenábamos, vaciándolo a la vez, con un par de frases, así dejábamos tranquilos a esos parajes remotos, donde pobreza, delito, historia y naturaleza se mezclaban hasta fundir los límites, confundir los enunciados y lanzar a la región casi al terreno del mito.