domingo, 26 de abril de 2009

ACTUALIDAD / Entre paréntesis

PARAGUAY, LUGO Y LAS MALDITAS REPETICIONES
Mezcla de diosa y pantera

La Guerra de la Triple Alianza liquidó a la población masculina adulta del Paraguay. Liquidar al enemigo no es vencerlo simplemente. Implica que ese enemigo es tan peligroso que la única opción es borrarlo de la faz de la tierra por temor a posibles resurrecciones. Es lo que intentaron hacer los nazis con los judíos y es lo que hace cualquier medicina con aquellas pestes peligrosas para el planeta. En el fondo de estas limpiezas, genocidas o profilácticas, siempre anida el miedo del débil frente a algo al que se considera superior. El ejército paraguayo era, sin dudas, temible. No sólo porque estaba adiestrado y armado hasta los dientes con alta tecnología sino porque estaba en casa. Y esa casa, geografía inhóspita muchas veces para el extraño, funcionaba como eficaz aliada. Al lado iban las mujeres, enterrando hijos, maridos, amantes, hermanos; iban al lado porque la guerra no suele ser asunto de mujeres. Y tal vez eso sea cierto: cuando se tiene la capacidad de engendrar vida resulta mucho más difícil terminar con ella, menos intentar borrarla de la faz de la tierra. El cuerpo de la mujer fue el último territorio que debía ser conquistado para que la destrucción fuera total: violada, humillada, ultrajada, comerciada y hambrienta, la población femenina deambuló para sobrevivir entre el trabajo agrícola, la prostitución y los casamientos por conveniencia con el enemigo. La tarea que se cargaron al hombro estas mujeres de la pos guerra, sin embargo, era conocida: al fin y al cabo, sólo se trataba de dar vida, como un parto entre los escombros. Esta refundación con connotaciones oscuras, muchas veces prostibularia, de alguna manera quedó como impronta en las mujeres campesinas del Paraguay. Embrutecidas por el trabajo agobiante de la tierra, soportes de la casa, cargadas de hijos, con gobernantes todopoderosos, replicantes de héroes pasados, suelen ser atravesadas por los diferentes estamentos del poder, desde los patrones y sus hijos, el comisario del pueblo, el puntero político hasta todo aquél que represente una forma de salvación de ese presente condenado que se repite siempre igual a sí mismo. En este contexto de atropellos silenciosos y silenciados, en un interior empobrecidísimo y sucesivamente olvidado por los gobiernos de turno, es que se inserta la múltiple paternidad del Presidente Lugo. El mecanismo que se repite sin cuestionamientos, trivializado y naturalizado como si fuera el destino inexorable de toda mujer pobre y campesina, incluso en un hombre que promueve el cambio cultural como Lugo, pareciera indicar que es más fácil derrocar una tiranía o un mal gobierno que destruir sus bases culturales. Mientras pervivan estas estructuras colonizadoras, sólidamente enraizadas en las mentes, en las costumbres, en los hábitos de todo pueblo, el cambio será apenas un slogan electoral, un simulacro para conseguir que todo siga exactamente igual.