Hojas de otoño
Se suceden
las publicidades, el pochoclo, la charla distendida y serpenteante en la sala
oscura. De pronto, un avance del próximo estreno, “elijo creer”, o alguna
cursilería semejante. Desfilan las escenas del mundial, las multitudes
festejantes, las jugadas, los rostros, las palabras del “mesías”, la copa
brillosa. El público enmudece, termina el avance y nada (había apostado conmigo
misma que la sala se caería de aplausos, pero nada). Siguen las publicidades;
de repente, otro avance, otro próximo estreno de la “epopeya”, creo que algo
así como el inefable “muchachoooosss”. Y vuelven los rostros de los “héroes” de
aquel absurdo, y muy extraño, mega evento, insertado en un
mundo indigente, las banderas, agitadas por una multitud autómata, que adoctrinan por exceso el concepto de
patriotismo. Sin embargo, la misma reacción: el público, nada. Nada que lo
devuelva a aquellos días, ninguna emoción. Empieza “Hojas de otoño”.
Hermosa. Melancólica, bien Aki Kaurismaki. Seres anestesiados pero no resignados, deshechos sociales. O mejor dicho, ya ni
siquiera eso: no existen. Precariedad laboral, soledad
aterradora e individualista en la Helsinki pobre (la fastuosa no asoma ni de
refilón), el humor como resistencia. Y un hombre y una mujer que se encuentran. Y el milagro, ¡ay!, del amor. Algunas
ironías finas, varios guiños a otros tiempos fílmicos, a otras atmósferas vitales.
Concluye. La sala estalla en aplausos. Salgo del cine al frío de la noche de
domingo: se terminaron los espejos de colores.