Provincia de Buenos Aires: hombres
ricos, pueblo pobre
Domingo en el centro religioso del
país. La cola para entrar a la basílica resulta interminable aunque ágil. Un
sacerdote oficia una pequeña ceremonia complementaria, en el pato del frente, a una multitud de fieles que va rotando. Apretujados, lo cercan hasta quedar
acorralado contra las rejas verdes. El final siempre el mismo: agua bendita
para todos y aplausos. Allí no hay distancias ni protocolos. Pero la cuestión
religiosa no es excluyente en esta ciudad dominical: el pueblo se lanza a las
calles, plazas y parques para huir del calor y para el ritual del día en
familia. Que abundan. Lo que no abundan son las infraestructuras para
contenerlas. El río, que sería algo así como un paraíso de los pobres, está
abandonado. En el agua verde flota el desgano y en las
embarcaciones arrumbadas, el recuerdo de otras épocas. “Está muy descuidado y
casi seco”, me dicen el sábado dos oficiales mujeres de la bonaerense, que
patrulla casi todo el tiempo el centro de Luján. Cara de pocos amigos pero amable. Me recomiendan que no baje, que espere precisamente el domingo cuando
haya más gente. Un día agobiante con poco movimiento en la destartalada Terminal de micros: los
pueblos atractivos como Keen o Villa Ruiz están reservados para el turismo interno y
pudiente, ese que desciende de la ganadería y la agricultura y de autos de alta
gama, practica equitación o ciclismo en grupo y que paga fortunas por un “almuerzo
de campo”. Esta historia se repite en gran parte de la Provincia pampeana, la más
rica del país, y también la más “desequilibrada” en cuestión de justicia
social. “Vacunate” gritan los inmensos carteles de la Gobernación, a medida que van pasando las
poblaciones. “No, ni loca”, insiste la chica del hotel. Hoy leo que la OMS afirma que a fin de año
vendrán vacunas “más seguras”. Que la Sputnik todavía no está aceptada en Europa y que
varias fueron suspendidas por sus efectos colaterales. “Ni loca”, me retumba en
la cabeza. Pocas vacunas, mal distribuidas y varias sospechadas en el Primer Mundo. El
pueblo será absurdamente pobre en una región de riqueza abundante; no accederá a la alta cultura y se conformará con el refrigerador bajo árboles que brillan por ausencia. Pero tonto no es. Ni un pelo. La PBA por su extensión y heterogeneidad, tendría que dividirse en varias provincias; abandonar su rol de reservorio de votos y clientelismos varios. Y, definitivamente, administrarse bien. De una vez por todas.