Luján, lejano Oeste
Que cuando se atraviesa la
Gral. Paz la historia cambia, es tan
trillado como cierto. La “burbuja” CABA es poderosa: el interior de la Provincia parecería
destinado al ocio y el placer. Florecen los pueblos rurales turísticos, los clubes de
campo, los barrios cerrados y el modo “chacra”, con el golf como variante
exclusiva. O las nuevas urbanizaciones de jóvenes que como neo hippies llegan
en busca de mayor contacto con la naturaleza. Menos smog y comida chatarra y más
huerta propia. Luján no es la excepción. "Aquí se llena de gente los fines de
semana, un poco por la Basílica, bastante por
los pueblos gastronómicos que la rodean, también las escapadas románticas", me dice la chica del hotel. Pienso que así debe ser: el centro
histórico y comercial, viernes mañana y tarde, está casi desierto. Indago sobre
la peste. "No, para nada", me dice otra mujer con la que charlo un rato. "El año
pasado, en octubre, lo tuvimos todos en mi familia, adultos y niños. Nos dio
fiebre y perdimos el olfato, nada más. El tema está agrandado", afirma
convencida y prosigue: "En el barrio me vienen a buscar para que me vacune, les
digo cualquier excusa, no me vacuno ni loca. Y como el gobierno pagaba bonos
diarios a los que se aislaban, hubo covid por todas partes", resume y se ríe. Me
aclara que de todas formas cumple con el protocolo básico, que el gran problema
allí es la educación sanitaria, la higiene. Hace calor húmedo en Luján. La
avenida procesional que remata en la Basílica es impiadosa. Imagino las multitudes
bajo el sol de diciembre. Pero nada fuera del dogma: el sacrificio está afuera,
la redención adentro. Al final de la misa, a la que asistí de casualidad, uno
de los tres sacerdotes que la oficiaban invitó a los fieles a acercarse con los
objetos que traían de sus casas, para ser bendecidos. Esa no la conocía (y eso
que hice 12 años de colegio católico): indudablemente la Iglesia también se adapta
a los tiempos pandémicos.
Fotos: Z. L (Luján, 12/3/21)