(O cuando los cuervos merodean las familias)
Se sabe, el infierno son los otros. Y
cuando esos otros están en la misma casa o comparten sangre, ese infierno,
lejos de encantador, puede llegar a ser mortal. Hay familias-odio. No se trata
del fastidio habitual entre parientes (la tía que habla mucho, el hermano
preferido, el padre mujeriego, las horribles fiestas de fin de año, etc.). No,
hay familias que en su núcleo duro, padres e hijos, nacen mal avenidas. Un
odio, que viene de mucho más lejos que ellos mismos, se instala en esa célula
básica y va creciendo hasta dar el zarpazo. Con frecuencia, este tipo de familia
suele dar cabida a cualquier personaje extraño a ella, movida por el
deseo inconsciente de reparación. Son terceros que vienen a funcionar como
equilibrantes, bien visibles, objetos de todo lo que el resto no consigue: ser
escuchado, respetado, priorizado (lo contrario de aquellas familias que cierran
filas y rechazan al que se acerca sin credenciales sólidas). Estas
familias-odio son altamente vulnerables, sobre todo cuando hay un botín en
juego y el extraño o extraña ve el intersticio y sabe cómo moverse para
ensanchar el rencor. La paciencia y la capacidad de espera son fundamentales.
Como por lo general son personas menores, porque la presa tampoco quiere saber
nada con los de su generación y busca sustitutos de hijos o parejas, el tiempo
está a su favor. Puede ser una amiga que se vuelve entrañable compañera de una
viuda sin hijos o con hijos alejados (si es profesional, mejor), o cualquier
consultor que incursiona en el terreno privado y se vuelve consejero
inseparable. No necesitan ser asesinos o asesinas: basta con omitir (en caso
extremo, exagerar con algún remedio) o privar de ayuda al ya aislado o aislada
y con eso garantizarse la recompensa (son los primeros/primeras que están ahí,
espantando al resto de la familia, cuando la presa se enferma). Son crímenes
imperceptibles, los que nunca podrán ser probados, sobre todo si se trata de
seres humanos comunes y corrientes. Los componentes de esas familias-odio
suelen construirse su propia muerte, a veces anticipada, desde el mismo momento
de su fundación.
(La soledad de Diego Maradona en su muerte inspiró esta nota: no insinúa responsabilidad o culpa hacia persona alguna. Solo recordé experiencias privadas, lo que ratifica la democratización tanto de la muerte y del saqueo como la indisoluble relación entre afecto y capitalismo).