Room 104: El dilema
El muchacho se está preparando; en cuestión de minutos irá a
la convención política de los candidatos a la presidencia de los EEUU. Bien
arreglado, de traje, con la credencial correspondiente y un artefacto explosivo
en el portafolio de cuero. Hará volar el sistema, literalmente. De golpe,
irrumpe el técnico del aire acondicionado, que funciona mal en el cuarto 104.
Empieza a arreglarlo y a darle charla. El muchacho, obviamente, nervioso. El
otro sigue. La TV prendida en las noticias de la convención. Se da cuenta de
que el joven está invitado porque ve la credencial sobre la cama. En algún
momento, este le pregunta si, en el caso de que existiera una máquina del
tiempo, iría a Alemania del 30 y le pegaría un balazo a Hitler. El técnico
piensa, duda, y responde que sí, que lo haría. Sigue la charla. Entonces el
hombre vuelve sobre sus pasos. Se retracta, le dice que no, que no iría a matar
a Hitler. El joven se impacienta: le recuerda el Holocausto, los millones de
masacrados, lo que le ahorraría a la humanidad un acto de esa naturaleza. El
técnico duda, le contesta que seguramente habría otro que ocuparía el lugar de
Hitler, que eran tiempos de odio, que habría que estar allí, que hubo muchos,
muchísimos que lo sabían y que lo apoyaban. Que no era solo Hitler, que había
una sociedad detrás. Room 104 es esto:
cada capítulo, de la serie de 12, nos deja un poco tambaleantes, nada que no
supiéramos, todo es cuestión de formas. De una estética y un guión que
desnaturalizan lo conocido y lo reubican en un sitio inesperado. Televisión
Arte y de la mejor.