viernes, 13 de octubre de 2017

EN PRIMERA PERSONA (3) / GOLPES DETRÁS DE LA PUERTA

EN PRIMERA PERSONA (3)
Golpes detrás de la puerta



 (No pude evitar la carcajada cuando me enteré de que ese hombre que me maltrató a puertas cerradas hoy sigue estudiando iglesias y capillas en pueblos del interior. Imagino que también tendrá que ir a misa los domingos, confesarse y comulgar. Como para no desentonar. Risa diabólica la mía).

A una mujer maltratada y denunciante, nunca pero nunca se le puede preguntar por qué se quedó junto a su maltratador. O qué hizo para recibir el porrazo, la trompada, o el elemental corte de suministros por parte de aquel. O la apropiación impune de sus bienes. Nunca. Lo dejaron en claro, antes de entrevistarme en la OVD: "no queremos saber qué dijiste o qué hiciste, solo lo que hizo él". Hechos concretos, puntuales: la rodilla sobre el pecho, el cuerpo lanzado al vacío, la mano atenazando la garganta, los pelos zamarreados, la promesa del ácido en el rostro, la amenaza de muerte. O la de desaparecer y dejarme con un niño de pocos años. O el rouge demasiado rojo, pasaporte seguro de una tarde de sexo desenfrenado, con un amigo, un compañero, un colega o con el cerrajero de la esquina. O la falda, el escote, la sonrisa, el gesto de correrme el pelo del rostro justo cuando pasa aquel hombre que siempre es más atractivo que nuestro proto carcelero. No importa tampoco si yo me defendía con uñas y dientes, si lanzaba objetos al aire, cachetadas, insultos. “Yo también pegaba”, afirma el personaje de Nicole Kidman cuando la terapeuta la enfrenta a la realidad de un marido abusador, en “Big Little Lies”. Recién cuando el calvario encuentra una forma verbal, cuando las palabras se escurren inesperadas y quiebran el silencio cómplice, el ocultamiento colectivo, la mirada reprobadora y siempre sospechosa de los otros y sobre todo, de las otras, recién allí se da cuenta del absurdo de dicha enunciación. David y Goliat. Madres que ahogan el grito para que el niño que duerme en la otra pieza no escuche. Ella lo hacía, yo también. Entonces el niño-talón de Aquiles se convierte en botín del otro. Reaseguro del todo igual, escudo extorsivo y protector de tropelías silenciosas. Pero las cosas están cambiando: la Justicia falló dos veces a favor de mis palabras, y solo palabras, porque yo no tenía marcas visibles en el cuerpo. De nada sirvieron los argumentos, “fabulación, mentirosa, fantasiosa” y demás de la otra parte. Yo me enfrenté a un equipo de especialistas, expertos en detectar fábulas. Y sobre todo, maltratos. Los abusadores están en el centro de la escena, aquí y en el resto del mundo; el mecanismo, a veces sutil, a veces, grosero,  develado. Y muy pronto tendrán que ir a llorar (y a robar) a los caminos. O enterarse de que la edad de oro del macho amo y señor está llegando a su fin. Pero aquellas mujeres que vociferan su defensa a “las mujeres” (como si pudiera haber sujeto semejante) también tendrán que tomar nota y abandonar el seudo apostolado: ver hasta dónde y cómo no están reproduciendo los valores que combaten.