Palabras robadas: realidad y ficción
La realidad que se transforma por los
efectos de la ficción constituye uno de los ejes de la literatura de
Borges. Alguien siempre le está contando una historia a otro para que circule
con visos de verdad y obtener algún beneficio (Emma Zunz, La
muerte y la brújula, Tema del traidor y del héroe, Jardín
de senderos...). En Palabras robadas el mecanismo es
ligeramente diferente. La ficción irrumpe por accidente o por urgencia y desde
allí actúa provocando efectos a veces devastadores. No hay necesariamente
premeditación y cuando la hay, el impostor queda acorralado en su propio
engaño. Palabras robadas es en sí mismo el artificio donde la
apropiación de la palabra literaria, ya fuera por métodos violentos o no,
estructura un engranaje maldito donde caerán todos, vencedores, vencidos y
allegados: el relato fílmico no distingue seres reales de los ficcionales, como
tampoco épocas ni cronologías. Por lo que la confesión final del personaje de
Quaid de que realidad y ficción, a pesar de sus semejanzas, son completamente
diferentes, que tal vez se sostengan pero que jamás se interceptan, es por lo
menos dudosa: en plena crisis capitalista, no hay forma de acceder a la
literatura sino es a costa de saqueos. Al fin y al cabo, las campanas, como las
de Hemingway y de Donne, siempre estarán doblando por uno mismo.