EL CINE
Mirar cine con actitud casi ontológica constituye una
práctica reflexiva sobre nuestro tiempo y sobre nuestras posibilidades. Pensar
su génesis, lo demostró Deleuze analizando a Bergson, es pensar la época
moderna. La modernidad a través del cine funda una épica de la cotidianidad. Todo
cine es urbano y político: comparte con las metrópolis sus orígenes, sufre sus transformaciones y busca generar
efectos sobre las multitudes que pueblan las butacas y que, como dice Benjamin,
ofician de experto y de público a la vez (el límite entre el poder, por
ejemplo, de Hollywood para imponer un orden de valores y aquél que adopta de la
masa a la que van dirigidas sus producciones será siempre incierto). Para
su recepción, el cine recurre no tanto al nivel cultural del espectador sino al
relato secreto que posee todo ser humano. Ese que anclado en el deseo de lo no
dicho se emancipa por un rato de sí mismo, se retrata, se funde y se extraña a través
de aquel movimiento que representa con tanta verosimilitud a la realidad y que
a la vez, la reformula, confundiendo los planos, produciendo un distanciamiento
de lo ya distanciado, un acercamiento y una fuga. Muchas veces, incluso, nos
actualiza el recuerdo de algo que jamás aconteció. Pero también apela a sí mismo, a su propia
historia y a los efectos que, como expresión artística, generó en el pasado y
los que producirá en el futuro: el film proyectado está aspirando siempre a
crear una conciencia de sí mismo que perdure una vez finalizado. Todo cine, por
trivial que fuera, es un saber colectivo que aunque se funda en la técnica, su
naturaleza está fuera de ella. La emoción, el sentimiento banal, la repetición
esperada o la intelectualización y el shock provocan una digresión que exige la
continuidad de ese mecanismo –tecnológico, productivo y metropolitano- en el
que se espeja y al que, por todos sus medios, intenta siempre desacomodar. El
cine es, de alguna forma, la falla de un sistema al que alimenta y disuelve al
mismo tiempo. Hay algo que pasa entre la butaca y la pantalla, en medio de la
sala oscura, que lo remite a la magia, al sueño, a la pesadilla, a la infancia,
a un ritual que difícilmente resulta atrapable en críticas o comentarios. Al
fin y al cabo, lo que hace el cine es garantizar que ese acto, como toda
liturgia, no cese jamás. Y se reactualice en cada nueva función.
El ocaso de las salas de cine, o del cine como espectáculo
de masas, a favor de una experiencia doméstica, individual y solitaria refleja las
formas actuales de proyectar el espacio urbano y el control sobre sus espacios
de pensamiento. La ciudad neoliberal
se funda en fragmentos atomizados y auto suficientes que constituyen una forma
de pedagogía, un adoctrinamiento que extiende sus áreas de influencia a todos
los otros espacios de la vida metropolitana.
Por un lado, el aislamiento masivo que provocan algunas de las
nuevas formas de comunicación en pos de un servicio a la carta y personalista excluye
precisamente la experiencia compartida, y emancipatoria, de ese arte-saber y
sus posibilidades de percepción a través de una tecnología que se trasciende a
sí misma. Y por el otro, empobrece a la misma ciudad al suprimir un núcleo de
interacción social y comunitaria que irradia su influencia y que, por aquellas
características transgresivas, genera un impacto de alta tensión sobre el
entorno. Basta con observar el vacío que deja cualquier sala de cine cerrada y
sustituida por otra tipología arquitectónica para saber cuánto deposita una
comunidad en ella.
Las notas y ensayos que componen este libro se escribieron a
lo largo de los años y fueron publicados en diversos medios impresos y digitales.
Comparten sin embargo la misma actitud
contra-disciplinar con la que fueron abordados. No se busca en ellos una
crítica cinematográfica sino que cada película comentada funcione como una
apertura a lo inesperado, una superficie donde se entrecrucen tensiones,
afectos y saberes, la historia propia y también, la historia colectiva.
El cine. Experiencia
y percepción tiene al espacio metropolitano como productor y al tiempo como
protagonista: es un libro que se escribe para los espectadores que vendrán. Aunque
sean contemporáneos.
Metrópolis / Fritz Lang (1927)
Fragmento del prólogo del libro "El Cine. Experiencia y percepción", Zenda Liendivit (Ensayo / Contratiempo Ediciones) (en imprenta)