Es gracioso, histriónico, payaso. Recurre a lo que encuentra a su alcance para ridiculizar a su objetivo. A veces razona o interpela; otras, grita, se sacude, gesticula; hace morisquetas o rompe botellas y vasos sobre su escritorio. Insulta o se vuelve sarcástico. Pero lo que resulta realmente demoledor es la mirada. Desconcertado, como si le hubieran dado un cros a la mandíbula, mira fijo a la cámara y guarda silencio de radio: es la impotencia en estado puro frente al absurdo y el disparate consensuado y repetido hasta el hartazgo en los medios de comunicación o en los discursos de los políticos. Inteligencia, humor y carisma: una combinación explosiva.