Tramas
Hace casi 20 años escribí una breve nota titulada “Las tramas secretas”. Allí intentaba asomarme al futuro, es decir, al laberinto de esa entonces un poco devaluada internet y sus efectos sobre la percepción y la mirada. El trabajo en la revista, exclusivamente digital, era intenso y engorroso. De tecnología sabíamos poco y nada (los servidores amablemente nos ayudaron a disipar los problemas técnicos). Pero ya al cabo de unos meses me di cuenta de que el pasaje de un mundo al otro constituía, por lo menos, un shock. Horas frente a la pantalla para subir artículos, propios, de colaboradores, o fragmentos seleccionados de autores universales, y de golpe, ¡la realidad! Las lecturas de Benjamin y del shock en Baudelaire y de Poe, frente a la vertiginosa modernidad del XIX, decantaron solas. Y de alguna forma, marcaron el rumbo de mis lecturas y escrituras futuras. Hoy, 21 años después, mi relación con la red se tornó mínima e indispensable. La escritura de 13 libros entre tanto (más dos que había publicado antes de mi irrupción virtual) y los viajes evitaron del alguna forma que quedara atrapada en aquellas tramas previstas. Con la irrupción de las redes sociales, el incesante murmullo, la proliferación de imágenes, las “pos verdades” y demás inventos hípermodernos, el libro material sigue siendo el resguardo y a la vez, la resistencia. El libro independiente, quiero decir, el que se escribe sin colegiaturas ni cánones. Porque si analizamos bien, ambos no son más que los predecesores de esa virtualidad que puede decir lo que desee siempre y cuando tenga una normativa detrás que lo sostenga (aunque parezca todo lo contrario). La escritura libre y a la vez, ferozmente rigurosa, nunca puede no ser confrontativa. Y crítica. De cualquier trama o trampa a la que se quiera embaucar al pensamiento.