Escritura y fuerzas subterráneas
La desconcentración que experimento
en este último tramo del libro (en etapa pos corrección) tiene un motivo
evidente: el no deseo del final. La escritura ampara y repara. Genera una
burbuja que entabla con el presente una distancia protectora. Escribir un libro
en forma independiente es de alguna forma "estar a salvo". Salir por
un rato de la indeferenciación. Del todo igual. O peor aún, de la escritura encarcelada
a estatutos inviolables. Pero no toda escritura no normalizada es defensiva. El
salto al vacío genera vértigo y a la vez, la exigencia rigurosa: no conviene
agregar “provincias al ser”, ni acrecentar el ruido o la previsibilidad (gran
problema de la escritura académica). La escritura interesante siempre surge de
algún escondite, implica en su estructura al cuerpo, a esas fuerzas que reptan
subterráneas y sin historia, al secreteo. No hay salida, afirma Barthes, solo
trampas a la lengua. O su soberanía, al
modo Bataille. Más salvaje aún, el depredador que espera a su presa para
desmembrarla. Al fin y al cabo, ¿qué no son sino las creencias, los dogmas, los
cánones, las valoraciones, que material finito y sujeto a destrucción?