Enfermedad y desnudez
La suspensión de clases es una medida que, según leemos, no
termina de "cerrar" y constituye más una cuestión política, motivada
por “la presión social” (y sobre todo por el adelantamiento de otras provincias
y centros educativos que se cortaron solos) que profiláctica. El discurso es
que los niños no son el objetivo de esta enfermedad diabólico y que no se sabrá
qué hacer con ellos en estos 15 días. Argumentos muy endebles por varias
razones: nadie, ni los encumbrados epidemiólogos nacionales y extranjeros saben
a ciencia cierta qué mismo es este virus. Conocen algunas cosas, muchas quedan
en sombras. Se actúa sobre la marcha, día a día. No se sabe si muta o no, por
qué se ensañó con determinadas regiones y con otras no, etc. O sea, un virus
errático. Imprevisible. Por otro lado, esa población "paranoica", que
suele ser la de mayor acceso a la cultura, la que lee e investiga, también se
informa por medios extranjeros. Allí las cosas no parecen tan lineales como lo
comunicado en estas tierras. No entraremos en detalles, nadie quiere causar más
pánico del que ya hay, pero la manipulación de la información sigue siendo otro
virus indomable. Y aquí viene la tercera razón ligada a la anterior: la
desconfianza. ¿56 casos? ¿Todos importados? ¿Por qué vamos a creer a rajatabla
esas cifras, sobre todo proviniendo de un gobierno que no se destacó jamás por
mostrar las cosas en claro? Aquí pesa la historia, indudablemente. Las mentiras
y ocultamientos que, incluso hoy, siguen actuando fuerte tanto en la práctica
como sobre el inconsciente colectivo. Toda enfermedad que afecte masivamente a
una población es un asunto político. No está circunscripta al terreno médico
sino que abarca todas las esferas. Si el dengue y el renovado sarampión no
fueron erradicados en décadas, si la desnutrición infantil y la muerte por
enfermedades gastrointestinales en los sectores más humildes siguen siendo
pandemia, si un nefasto accidente en la estación Once nos vino a informar que
las partidas presupuestarias para el transporte, por lo visto, no llegaron a
destino, ¿por qué de golpe vamos a confiar en cifras, afectados y modos de
transmisión cuando en el resto del mundo la enfermedad se mueve en otros
sentidos? Si Alberto F. y su gobierno quieren confianza, tendrán que ganársela.
En principio, información cierta. Después, que en lo posible dejen de pasar el
fardo de las medidas adoptadas a la "presión social". Y por último, y
más adelante claro está, que se ocupen de clarificar otras cuestiones donde
abundan las sombras y la firme sospecha de que las explicaciones jamás llegarán
a destino. Una pandemia pone en primer plano la naturaleza humana. Pero desnuda
también sus mezquindades. A ver cómo pasamos esta prueba de fuego.