Tinta y Sangre
Corren los años más feroces de la dictadura. Hay una gran transacción comercial (y lo que se compra y vende no son galletas sino los diarios más poderosos de la época, esa gran debilidad de todo poder autoritario). Pero cuatro meses después, los vendedores son desaparecidos y torturados. Los compradores, que no son desaparecidos ni torturados, quedan bajo la mira. Sobre todo porque serán los responsables de varias portadas donde el proceso militar estará en primer plano y no precisamente por sus características nefastas. Treinta y tres años después, el problema es cómo se cuenta aquella historia. Reaparecen los actores, se dividen en bandos opuestos, se pelean, discuten, recuerdan detalles a favor o en contra de la versión del otro y sobre todo, obviamente, no se ponen de acuerdo. Corren ríos de tinta y todo hace suponer que también de sangre. Sangre mezclada con tinta y suspendida durante más de tres décadas. Ya sabemos que en un enfrentamiento entre poderosos, el resto sólo puede observar. Pero la verosimilitud es la condición de toda buena liturgia para ganar creyentes; lo saben las religiones, lo saben los buenos políticos, deberían saberlo los medios de comunicación. El público, que lee esta contienda reactualizada, la exige, puesto que ni se le ocurre aspirar a algún tipo de verdad. Y en el presente relato elaborado por esos medios lo que indudablemente falta es verosimilitud. No es verosímil, lo que no significa que no fuera cierto. Pero verosímil no es. Y aunque aparezcan la familia, los vecinos, los amigos de la infancia y demás entornos de los damnificados, confirmando que todo fue de común acuerdo, seguirá siendo inverosímil. Las corporaciones mediáticas no pueden aspirar a tanta estupidez cómplice por parte de su público. En todo caso, deberían buscar las formas para volverlo creíble. Incluso, hasta podrían aplicar técnicas del buen policial negro para demostrar su inocencia. O, por lo menos, su mínima culpabilidad. Si al fin y al cabo, hubo crímenes, asesinatos, víctimas y culpables. Hubo uno o varios móviles. Y, principalmente, quedaron huellas, rastros y pistas a seguir. La buena ficción siempre busca tinta adiestrada para ser comunicada; lamentablemente, la sangre de la que hablamos es real y hoy, todavía, se mezcla obscenamente entre los intereses de esos poderosos que con tal de salirse con la suya elaboran malos relatos, tanto para imponerlos como para impugnarlos.