El destino sangriento de la Argentina escribió ayer un nuevo capítulo. Un asesinato que bautizará la década, se convertirá en hito, en ícono y en recordatorio. Recordatorio de que, pese a todo, no podemos escapar de ese destino que urge a la sangre como palabra última, irrebatible. Atroz eslabón de una cadena de cuerpos suprimidos, siempre habrá, lo dice el cuerpo acribillado de Mariano Ferreyra, uno próximo listo para el matadero. Listo para demostrar que la moral de la pandilla prevalece sobre cualquier otra forma de vida y de convivencia. Sobre el murmullo, sobre el ruido de palabras huecas e inconsistentes, sobre las buenas intenciones, sobre cualquier intento por cambiar esa ruta violenta atestada de cadáveres recordados en pancartas, marchas y reclamos. Historia argentina conocida.
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