El oficio de pensar, la imposibilidad de la alegría
Si tuviéramos otra profesión, cualquiera sea, tal vez la responsabilidad
no fuera la misma. Si estuviéramos en la indigencia, ni hablar. El que está
realmente desesperado, no tiene tiempo para estos menesteres. Es, al fin y al
cabo, al único que se le permite una alegría con bases corruptas. Porque este
mundial las tiene, por donde se lo mire. Messi quería ser Maradona, quería ser
el mejor de toda la historia, quería su mundial, quería que por fin Argentina
lo quisiera, quería caer bien a sus “dueños”, quería el negocio, volverse un
producto en si mismo, y la fama. Salvo los dos primeros, consiguió todo lo
demás. Pero centrarnos en su figura, sería sesgado. Aunque los medios lo
entronizaron, es apenas una arandela de esta gigantesca maquinaria que, en
todo, no deja de tener los principios, y las fugas, de cualquier negocio
trasnacional. La plutocracia, quedó demostrado, reinó en Qatar. Y dio un paso
más allá: mostró que un Mundial se puede comprar y que dicha compra no tiene
por qué ser disimulada (por más escándalos que no dejan de destaparse). Si de
todas formas los pueblos jamás se detendrán a pensar en ella. Ni si ganan ni
si pierden. La pasión por el fútbol, fusionada peligrosamente con el amor a la patria (que suele actuar de eficaz
censor), no piensa. Argentina-país quedó entonces fundida a Argentina-selección.
Y como no tuvo la delicadeza de las otras selecciones de retirarse a tiempo, el
título mundial nos alcanza a todos los argentinos con la impronta de lo corrupto
legitimado. Esta utilización de la pasión es la misma que emplean los
populismos cuando quieren imponer algo que no cierra ni con la lógica ni con las
leyes. Así, podríamos afirmar que si todo político corrupto hoy se percibe como
un perseguido (y no como un delincuente que saqueó al Estado), que no necesita,
por ese mismo motivo, dar explicaciones de su accionar, todo pueblo al que se
le “obsequió” una alegría, tiene el pleno derecho de ejercerla sin obligación
de indagar sus orígenes. Ni dar explicaciones de ella. El que la exija,
seguramente pertenecerá a una “mesa deportiva” y amargada que solo quiere
destruir la fiesta.
El problema del Mundial Qatar es su existencia. Su posibilidad. Pero principalmente,
los millones de seres que ahora festejan (y que no están desesperados) dicha
corrupción al ritmo del tanguero y medio lastimero hit “Muchachos”. Qatar
constituye el triunfo de un capitalismo de lo más sanguinario: con
algunos millones de dólares, se puede comprar la emoción de un pueblo entero,
con el ticket a la vista ¿Qué vendrá después?
Redacción Revista Contratiempo