domingo, 9 de agosto de 2020

PANDEMIA Y DESOBEDIENCIA: ¿POR QUÉ NO HACEMOS CASO?

¿Por qué no hacemos caso?

En esta pandemia, la desobediencia civil, o por lo menos el no acatamiento de consejos o recomendaciones institucionales (en caso de Estados menos autoritarios que el nuestro), tiene varias razones. El espíritu de la juventud, siempre imprudente, es la más pobre y además, falaz. En Europa, los bares y las fiestas no son patrimonio de los jóvenes. Menos aún, las playas. Más bien, habría que pensar qué valor tiene hoy para las sociedades occidentales la voz de la autoridad. Y específicamente, qué lugar ocupan en la vida cotidiana del sujeto moderno la democracia representativa y sus representantes. Devaluado, diríamos en una primera aproximación. No se respeta a quien no se cree y sobre todo, en quien no se confía. Y las sociedades no confían en los poderes del Estado, pero tampoco en los mediáticos o sanitarios: motivos no faltan. 

La crisis económica mundial pre-pandemia estaba llevando a la robusta e histórica clase media europea a sucumbir a la pobreza, sobre todo en aquellos países debilitados como España, Italia, Grecia o Portugal. Pero también, en vastos sectores del Reino Unido, con miserias y desinterés que explotaban, literalmente, en edificios sociales y mal mantenidos de la opulenta Londres; o con jóvenes que no encuentran espacio en el mercado laboral. Francia también ya padecía las continuas revueltas de los chalecos amarillos, que por postergación o por reformas jubilatorias “solidarias” habían empezado a poner en jaque al gobierno de Macrón. En América, Trump ganó las elecciones basando su campaña en los sectores del medio geográfico del país, olvidados y devastados por las reiteradas crisis que llevaron, por ejemplo, a una ciudad industrial como Detroit a declararse en bancarrota. 

Occidente no cree en los poderes. La duda es si ya no cree en este capitalismo o perdió confianza en los sistemas de gobierno. Tal vez la famosa “nueva normalidad” (expresión que por suerte está desapareciendo de los medios de comunicación) apunte más bien a esto último: a una reforma profunda de las formas de delegar en otro el poder de decisión. Mientras tanto, y en ese mientras tanto pasa la vida, las sociedades optan por ser artífices de su propio destino desobediente. Ellas elegirán cómo vivir. Y también, cómo morir.