Historia y Arquitectura del individualismo moderno
Empezaron con los canales de chat
allá por mediados de los 90, chats temáticos o de intenciones amorosas. Pero
algo fallaba: las redes sociales entonces perfeccionaron el mecanismo: solo/a,
frente a la computadora, con “mi espacio” donde ejerzo soberanía, poder de
aceptar o rechazar, bloquear o buscar, y me publicito, acumulando nombres,
seudo amigos (de esos que no van a tu velorio porque les queda lejos). Pero
siempre con la narrativa de la comunidad como eje central. Sensación de
comunidad: se imitan los procedimientos, las formas, los gestos, y se vacía la
posibilidad real. Entre el otro y yo, una pantalla. No fue suficiente: cundo
hubo que salir a protestar, a agruparse, a comunicarse, allí renacían las
multitudes, y las sociedades recordaban su origen, y arrasaban a su paso
ciudades, organizadas paradójicamente por esas redes expulsivas de lo “común”.
Había entonces que ir por más. Barbijos (primer obstáculo a la hora de entablar
una conversación); DSO (el espíritu fundador de esta cuarentena crónica); la
prohibición de reunión (no la respeta nadie, pero la prohibición está, y eso es
lo peligroso); la incerteza de su extensión en el tiempo, el del aislamiento y
el de las prohibiciones. Pandemia que fertilizó, y perfeccionó, este convulsivo
siglo XXI con el antídoto para aquello innominado y sobre todo, incontrolable:
las multitudes indóciles.
(Foto: Berlín contra las restricciones / Agosto 2020)