Adelanto del próximo libro
Muchas veces hemos
pensado que frente a tanto sufrimiento, tanta indigencia y desolación,
aniquilación inexorable que provoca el capitalismo en vastas regiones del
planeta, la respuesta de las poblaciones suele ser desnutrida. O por resignación como forma de destino que acarrea complacencia con el verdugo; o por
una mala tirada de dados que mientras decide abundancia en la cara de arriba,
deja en la intemperie a la de abajo. La repetición del ciclo
abundancia-descalabro, siempre a la par de despojos irrecuperables, que suele azotar a regiones como la nuestra, ratifica esta espera y esta aceptación. Pero el tiempo del hombre es el
presente. El pasado se convirtió en mito, en ficción inestable apropiada por quien temporalmente posee la voz para narrarla; y del futuro no se tienen demasiadas noticias
confiables: abundan los quirománticos y pronosticadores, muchas veces con
acreditaciones colgadas del cuello y delegados de un saber anticipatorio,
clausurado para las mayorías. Entonces, con ese hoy devastado, o monopolizado
por una feliz aniquilación, la respuesta al interrogante inicial habría que
buscarla en otros sitios. Si a mediados del siglo XIX, el burgués acumulaba
para el futuro, y suspendía ese instante que amaba Baudelaire por ser el
único que poseía la intensidad vital contra el cálculo, la especulación y la
espera, el panorama actual está lejos de aquellas expectativas y lejos también
de intensidades vitales y creativas. Incertidumbre es la palabra que cruza el
horizonte, se instala y formatea vidas y conciencias, crea atmósferas de
tránsito y sume al hombre moderno en un estado de deudor eterno con un presente que se le presenta a veces como obsequio, a veces como fatalidad. Pero
jamás como espacio posible de libertad.
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