Algo está
podrido en Estocolmo
Una
superficie que se proyecta y pasa a convertirse en un volumen. Un cubo de
aristas y vértices invisibles, filosas, donde puede ocurrir cualquier cosa: un
robo simulado, un hombre-chimpancé en la cena de gala de un museo, la disputa por un
profiláctico usado o una niña mendiga que vuela en pedazos. O aún más, puede
replicarse hacia lo alto, como en el hueco de la escalera, y aullar pidiendo un
auxilio que jamás llega a tiempo. Sumatoria de cuadrados entonces es esa ciudad
opulenta donde todos obran dentro de la corrección política y en donde los
límites se corren o se rompen solo para establecer otros. Pregunta eterna,
ambiciosa, básica y un poco absurda como la misma muestra que el atribulado
curador Christian (un genial Claes Bang) debe presentar en un Museo de Arte Contemporáneo: ¿Puede el
arte –no el ridículo “Cuadrado” sino el film mismo- interceptar la vida,
despabilarla, realizar esa tarea microscópica a la busca de aquello que la está
liquidando? Pregunta que no puede, ella tampoco, no quedar atrapada en aquella
trampa cúbica que afila mecanismos, que se transversaliza en todas direcciones.
Que canibaliza y transforma el germen de la modernidad en motor y alimento. The
square, el corrosivo film de Ruben Östlund, no da respiro ni
deja títere con cabeza: el absurdo del arte contemporáneo es su objetivo pero
no el principal. Risa amarga la que despierta, respaldada por un terror que nos
recorre a todo lo largo del film. Ya lo demostró en la genial Fuerza Mayor: el
hombre moderno sigue siendo un laboratorio fértil para los ensayos más arriesgados.
Un desesperado hámster en su laberinto.