Voy a dormir
1.
En
su juventud, mi abuelo frecuentó con fervor casi religioso la intensa vida
nocturna de los años 20 en Buenos Aires. Sin embargo, nunca incursionó como creador en los territorios del arte o de la literatura. Era más bien un perseguidor de atmósferas
libertinas, mezcla de bon vivant y bohemio, que detestaba el trabajo con la
misma pasión que amaba el ocio, las fiestas y el juego (actitud en la que
persistió bien entrado en la madurez). Él, como Roberto Arlt, esperaba el
suceso extraordinario que lo libraría de horarios y esclavitudes laborales para
así dedicar sus días, y sobre todo sus noches, a aquellos objetos de interés.
Se embarcó, como el escritor, en diferentes proyectos, algunos descabellados,
otros sorpresivamente redituables. Solía contarme, una y otra vez, anécdotas de
la época dorada. Más que las letras o el periodismo, rondaba las luces
del teatro. Pero fue en las tertulias literarias donde conoció a Alfonsina
Storni. Sus recuerdos eran vagos y a la vez, puntuales, una mirada melancólica, cierta forma de vestir, esos detalles.
2.
Retorné
a Mar del Plata luego de casi diez años de ausencia; la conocí en los primeros
80, cuando todavía quedaban rumores del esplendor de décadas pasadas. La
ciudad, producto de la imaginación utópica de un patriciado sin linaje, se
había instalado a lo largo del tiempo en el mito hedonista que conjugaba el
placer y la sensualidad de cuerpos eternamente dorados con el mandato de la
felicidad. Primero fue guarida de una clase en retirada; más tarde, espejo
retrovisor de los vaivenes de un país que mientras conjuraba el tiempo y el
espacio improductivos -ese vagabundeo aristocrático que ya empezaba a extrañar
Borges en sus primeros libros de poemas-, organizaba el ocio y el tiempo libre
de sus clases productivas más en función a sucesivos desmanejos y proyectos
estrellados que a una planificación inteligente de sus recursos y posibilidades
existenciales.
3.
Mar
del Plata no escapa a la actual planificación urbana global: mientras fuga la
riqueza hacia zonas periféricas, deja en ese sitio tan significativo para la
geometría y los sistemas de control a los trabajadores agremiados, precarizados
y empobrecidos, que poco tienen que ver con la afluencia masiva de las décadas
del 40 y 50. Peatonales como territorio de disputas, edificios degradados,
paupérrimos espectáculos callejeros y otras formas de desamparo saturan la
atmósfera central mientras que en la modernísima Güemes y alrededores los nombres y
marcas se extranjerizan, la piel se blanquea y los tonos se tornan sutiles,
regidos ahora por leyes transversales que generan zonas idénticas,
trasplantadas y aplicadas como recetas, en todas las grandes metrópolis del
mundo. El veraneo en Mar del Plata se quedó, ya desde hace un tiempo, sin
relato propio. El nombre dejó de ser una marca (concepto tan caro para los
gerenciadores urbanos), para requerir de coordenadas geográficas adicionales
que actúen como contraseña y salvoconducto. Varese y las playas del Golf o la Bristol y la Popular :
el mar tira los dados y decide la suerte de sus adoradores. Al fin de cuentas,
en el azar se fundó la ciudad con su imponente casino, y es el azar, a decir de
Martínez Estrada, el que organizó también los primeros tiempos de la
nación. El azar y sus retornos.
4.
Que
Alfonsina eligiera Mar del Plata como último destino y el mar como sepultura destroza, secretamente, el mito
original y simboliza a la vez el catastrófico final de una época. La que por
propio mecanismo fue eliminando a aquellos seres improductivos y malditos que
aún persistían como residuos desechables. Entre ellos, los poetas líricos. Pero
a la vez, la que se ensañaba también con los espacios y los tiempos que, frente
a aquel mecanismo, iban quedando obsoletos o se tornaban poco redituables. Mar
del Plata en la década del 30 se asentaba en ese cruce, entre los que todavía
tenían tiempo para el ocio y las tareas del intelecto no remunerativas, con sus
grandes villas veraniegas que irían transformándose, una a una, en las décadas
siguientes (Victoria Ocampo y las reuniones de Sur en su
bellísima mansión desmontable, de hierro y madera, traída de Inglaterra) y el acecho de las nuevas clases
que vendrían a invadirla organizadamente a través de sus estructuras laborales.
Y que por supuesto, ya no podían leer poesía lírica. Y con el correr del
tiempo, ni siquiera buena literatura. Baudelaire lo sufrió con la moderna París
de Haussmann. De allí nació Las
flores del mal, una refundación mítica de la ciudad a través de aquello que
inexorablemente lo iba dejando de lado. En el último poema de Alfonsina, Voy a dormir, se entabla un
diálogo con el (ya) único interlocutor posible, el mar eterno. En ambos casos,
el cuerpo como ofrenda y sacrificio.
5.
Todas
las mañanas y todas las tardes una paloma picotea la ventana del cuarto de
hotel donde me hospedo. A veces, espía mi escritura y espera en el alfeizar,
como si tuviera la certeza de que en algún momento la dejaré entrar. Otras, la
domina la impaciencia y al tercer o cuarto golpeteo emprende vuelo. Para el
relato conviene que sea la misma, pero no hay seguridad de ello. Todas las
mañanas también, una procesión baja a las playas en un ritual que solo se
suspende por mal tiempo. No hay dudas de que Alfonsina viajó por última vez a
Mar del Plata en busca de esa comunión. Tampoco tengo dudas de que su compañero
de tertulias, mi abuelo, aspiraba a la supremacía del instante por sobre
cualquier mañana, un adverbio de tiempo que jamás le llamó la atención. En el
cabaret, en el teatro itinerante, en las mesas de juego, en los cafetines
devenidos redacciones de periódicos y revistas o en aquellos encuentros donde
la lengua poética ejercía su reinado, había tal vez más posibilidades de
comunidad que en ese afuera hostil que exigía y acorralaba, que excluía y
eliminaba, que condenaba a soledades malditas y mortales. Mar del
Plata quiso ser reducto y guarida pero fracasó en su intento: quedó devorada
por la especulación y la desidia, como aniquilada quedó aquella generación,
constructora y perseguidora de atmósferas salvadoras. Y claro, como Alfonsina
en este mar eterno que precisamente hoy, cuando concluyo estas reflexiones, se
agita en preciosas olas contra un cielo rabiosamente azul.
Texto y fotos: Zenda Liendivit (Mar del Plata / Enero 2017)