FOTO: DIARIO ULTIMA HORA (PLAZA DE LOS CONGRESOS / 22 de junio de 2012)
Bailando con los más feos
La teoría política suele toparse
con duros escollos y resultar ineficaz para comprender una determinada
coyuntura. Poderosos muros, con fundaciones ancestrales, pueden
erigirse de golpe, torciendo el rumbo de la historia. Los gobiernos responsables de una masacre, o son dictatoriales o tienen escaso futuro. La política, las instituciones, la vida
cotidiana, y todos los modos de representación entran en crisis frente a la
liquidación intempestiva de vidas en manos del Estado. Como un furibundo cross
a la mandíbula, un crimen de esas características advierte del fracaso y la
inutilidad de toda producción o saber cultural. En Paraguay, la relación entre
la geografía, el espacio y la práctica política está entretejida por fuerzas
subterráneas que fluyen indóciles y articulan tanto la consciencia trágica heredada
de la historia como la comunión entre el hombre y la tierra. Una cosmogonía,
fundada y sostenida por el guaraní, muy diferente al saber occidental aunque no
necesariamente opuesta. El coloradismo nació, o por lo menos prendió, con esa
certeza y esa certeza es la que lo mantuvo y lo mantendrá seguramente en el
poder durante mucho tiempo. La matanza de campesinos –aquí no hay
discriminación: el asesinato de policías no es menor pero definitivamente no
comparten la misma carga simbólica- en un país esencialmente campesino como
Paraguay resulta intolerable. Todo poder fascista que opera en Paraguay lo
sabe. No hay argumento posible que resista a ese dispositivo murario que
con extrema facilidad suele transformarse en paredón y sepultura. Favorecer su construcción,
ubicarlo justo en el centro de la escena, es la mejor estrategia para lograr de
manera pasiva la obtención de sus fines.
El asesinato de campesinos en Curuguaty quebranta, desde las entrañas
del poder legal, esa relación íntima que al fin y al cabo es lo único que
configura a más de la mitad de la población paraguaya. Y que actúa sobre el resto como una forma de memoria colectiva, incluso en aquellos habitantes de
las metrópolis, globalizados, informados y con una educación democrática mucho
más significativa que el habitante rural. A partir de allí, lo demás se
convierte en pura circunstancia: las fuerzas ilegales que
operan en la zona, el empresariado terrateniente y apropiador de épocas
pasadas, las reiteradas invasiones de los sin tierra en busca de resarcimiento
histórico, la arbitrariedad del escaso tiempo otorgado a Lugo para
defenderse, el posible aislamiento del país por parte de los otros países de la
región, incluso, la democracia misma y el oportunismo alevoso caen,
temporariamente, en un segundo plano. Franco lo
dejó muy en claro tanto en su entrada triunfal al Congreso –sonreía como si
hubiera ganado una elección-como después en su discurso: habría Reforma
Agraria, lo expresó en castellano y en guaraní. En Paraguay la historia nunca entra en la historia, el tiempo es un presente continuo que a lo sumo, se
alimenta de eternas repeticiones.