El paraíso y el apocalipsis
La tediosa ofensiva de los grandes medios de comunicación sobre cada gesto del gobierno confirma lo que ya todos (ellos) temían pero que jamás se atrevían a confesar en público: el pobre poder de fuego que conservan para construir la realidad. Era previsible que se avecinaran tiempos mediáticos violentos, era previsible el recurso del recuerdo emotivo como arma de combate: el retumbar de las escuálidas cacerolas de principios de junio retrotrae a épocas nefastas y pretende instalarse en el inconsciente de esa población que todavía mira de lejos la furia ambigua de los manifestantes. Era previsible también la manipulación informativa, la edición interesada, el ocultamiento, la noticia devenida espectáculo para capturar atenciones cada vez más esquivas, el periodista-humorista hablando de trivialidades como si fueran cuestiones de estado, frente a reídores provenientes, seguramente, de costosos establecimientos educativos –así como el gobierno posee sus propios aplaudidores. Y claro está, la capitalización, siempre la capitalización -al fin de cuentas estamos hablando de cuestiones empresariales- de los errores de uno en beneficio del otro. Lo que ya no resulta controlable es esa realidad que se emancipa de discursos domesticadores y estalla como una granada en medio de tanta bala de fogueo. Un tren estrellado en pleno Once, 51 muertos de golpe, hospitales psiquiátricos abandonados a la mano de Dios, universidades desmanteladas –y no precisamente por jubilaciones anticipadas sino por negligencia intencional, amiguismos y clientelismos académicos, al mejor estilo empresarial-, edificios que arden en las llamas del desinterés en zonas siempre olvidadas, precariedad habitacional que raya la indigencia y la miseria y otros crímenes imperceptibles por su poca redituabilidad. Todo en medio de una población que no cacerolea, que descree de los manipuladores a sueldo y en serie, de un lado y de otro, y que tampoco se encuentra reflejada en lado alguno. Mucho menos en esa omnipresente burbuja mediática que inventa un mundo donde la política, la verdadera política, brilla por su ausencia.
(FOTO: MARÍA IRUSTA)