Afuera
Hace frío en la boletería y la cola avanza despacio. Adentro, una cúpula electrónica, cubierta de fotos, recibe al visitante. Hay gente aunque no demasiada, los pasillos se ensanchan un poco más cada año. La novedad: mucho merchadising, llaveros, lapiceras, remeras, posters. Parece oportuno, los libros están caros. Mi hijo me llama al celular y tengo un deja vu: quiere que le compre Las venas abiertas de América Latina. Formo fila en Siglo XXI, afortunadamente no me pidió que le reserve un sitio para la conferencia de Galeano, donde una multitud aguarda paciente. En Waldhuter hay títulos interesantes pero los precios resultan excesivos (casi 300 pesos por un libro de Mumford que ya lo tengo en partes). La vigilancia en la periferia de los stands mira fijo, por las dudas. Me quedo con Contra Sainte-Beuve de Proust, de Losada, en edición económica con una hermosa foto del autor en la tapa. El vendedor, amable, nos pregunta si la estamos pasando bien. Otra multitud se agolpa en Planeta, una chica, de esos programas de chimentos, se saca fotos con los admiradores, me dicen el nombre pero no la ubico. La gente se desespera, rubísima, sonrisa tipo Colgate, es lo más convocante de la noche. Ella y Galeano. Iba a preguntar si también lanza algún libro pero me gana el aburrimiento. Grandes fotos de autores presiden los locales más ostentosos, no conozco a casi nadie, salvo a los que murieron hace por lo menos 30 o 40 años atrás. No tengo idea de quiénes darán conferencias, de los actos o las presentaciones, ni de ese día ni del resto de la feria. Me siento afuera como cuando hay un Mundial de futbol: no sé quiénes juegan, me confundo las camisetas, todavía no entendí la ley del offside y lo que es peor aún, la mirada reprobadora de los otros frente a un evento que reúne a todo el planeta, con acuerdo tácito de credibilidad entre las partes como para que la pasión funcione. Afuera, como ahora: el viento frío de Plaza Italia nos pega fuerte en la cara.