Hace varios años escribí un relato de Ciencia Ficción que se titulaba Azul en paralelo. El detonante fue mi infancia en Asunción y lo que yo recordaba como los inviernos azules, esos días en los que el frío marchaba siempre a la par que la intensa luminosidad solar, como si uno no terminara de ser abolido por la otra. Paraguay, como Alemania, también había sido devastado por dos guerras y como remate, por una dictadura de más de cuarenta años. Berlín es azul en invierno, definitivamente azul. Y es tan cálida como helada, tan rabiosamente actual como pasada. Simula ser nuestra contemporánea pero el pasado se filtra a cada instante. Hay rastros y señales de que allí, en esa ciudad, pasaron atrocidades, hecatombes materiales y emocionales, desgarramientos colectivos y delirios aterradores. Huellas a veces demasiado publicitarias, como el punto fronterizo de Checkpoint Charlie. O la estación de tren, a pasos de nuestro hotel, donde reza la leyenda “Localidades del miedo que nunca podemos olvidar: Auschwitz, Stutthof, Maidanek, Treblinka….”. O las exposiciones sobre Hitler en el Museo de Historia. No es lo mismo erigir un artefacto indiferente a su entorno, como podrían ser el Agbar en Barcelona o la Defense en París, que hacerlo en Berlín. En realidad, cualquier arquitectura en Berlín adquiere una relevancia que la torna contextual. O testimonial. Lejos del catálogo turístico, o del lugar común de laboratorio urbano, la posmodernidad berlinesa es la forma de actualizar una voluntad pasada, una no aceptación del destino ni de la fatalidad. Y para ello, como todo lo que se ubica en los extremos, necesita la contundencia, la escala monumental, la forma irreverente. Necesita, precisamente, del olvido y del recuerdo. Berlín es tanto la infancia recuperada, el todo por hacer, como el pasado trágico transfigurado en formas nuevas. ¿Dónde quedaron las tabernas alemanas? pregunto desconcertada, esas donde Biberkopf (y, probablemente, también mis abuelos) se dedicaba a beber, devorar y prosperar y que enrarecían la ya enrarecida Alexanderplatz. Parece que fueron arrasadas, también ellas, por los puestos de falafel. Pero algunas sobreviven. El Archivo Bauhaus fue otra cita ineludible, esa usina de creación incesante y trasgresora en sus comienzos, donde los límites disciplinares estaban abolidos y la arquitectura aspiraba a fundirse con la vida. Esa vida que insiste en Berlín, a pesar de todo.
(FOTOS DE ZENDA LIENDIVIT / FINES DE FEBRERO 2011)