Un monstruo grande que sigue pisando fuerte
Osvaldo Bidinost solía decir que había que cerrar las bibliotecas de las facultades por un lapso de tres años. De esa forma, los estudiantes dejarían de copiar las ideas importadas, llegadas en vistosas ediciones, y proyectarían pensando en el entorno real. Provocador y polémico, eludía con sarcasmo las posiciones nacionales y populares que también convocaban numerosos adeptos en el alumnado y postulaba, por lo general a los gritos, una modernidad con raíces propias. Cursar con él era integrar una comunidad de fieles un poco exclusiva y bastante excluyente, que trascendía las aulas y apuntaba a nuevas formas de vida y de relación. Bidinost detestaba tanto al posmodernismo con sus escenografías caprichosas, su conveniente relativismo y sus olvidos históricos, como el cuentapropismo del estudiante que, encerrado días enteros sobre el tablero, llegaba a una producción individual e indiferente al mundo que lo rodeaba. Había implementado la modalidad de los talleres verticales, con sus largas noches en Ciudad Universitaria y sus intensos debates. Con espíritu beligerante, combatía la imbecilidad de las repeticiones acríticas, la liberalidad de la profesión y por, sobre todas las cosas, a esa Academia que producía alumnos y profesionales domesticados como archipiélagos de islas inconexas en eterna formación. Aunque lo admiraba, no nos llevábamos bien. Solía expulsarme de sus clases con cierta frecuencia. Él poseía la autoridad y el autoritarismo de quien se sabía parte fundamental de una misión vital; yo era un poco anarquista y me fastidiaban las leyes y códigos de las comunidades cerradas. Años después, cuando en la carrera de Letras escuché a Nicolás Rosa afirmar que a la Universidad había que ponerle una bomba (sin gente adentro, desde luego) y construirla de nuevo, Bidinost me resultó un moderado. Hoy recuerdo a ambos cuando veo estudiantes del CBC desconcertados, universitarios desmotivados y graduados que no pueden insertarse en ningún lado. La Academia es un monstruo que pisa fuerte, pero como decía Rosa, no se puede transformarla desde afuera. Ella sigue teniendo los medios y ciertas formas valiosas e ineludibles para cualquier formación. La tarea de demolición no es tampoco individual sino que incluye la búsqueda de sensibilidades parecidas y el ejercicio de la solidaridad activa. La recuperación del diálogo, el espíritu crítico sin amiguismos ni clientelismos y, sobre todo, el trabajo cotidiano, arduo y sin concesiones, apuntando a una producción de conocimientos que se integre a la vida, siguen siendo los únicos caminos para desmantelar estas estructuras perversas que no sólo dilapidan capital humano sino que producen analfabetos ilustrados, como diría Martínez Estrada, dispuestos a proseguir la tarea.
FOTO: Bidinost en la Facultad de Arquitectura de La Plata. Foto extraida de internet.