Conocíamos de memoria las formaciones de cada equipo, sufríamos la copa Libertadores, el campeonato de la Liga, hasta los torneos de verano. Los domingos empezaban temprano, con la marcha del deporte de Radio 1° de Marzo durante toda la previa y las interminables especulaciones periodísticas para llenar el tiempo. Mis hermanos eran de Cerro Porteño, yo de Olimpia, todos al borde del llanto ante cada derrota, sobre todo en los clásicos. Alguna vez estuvimos en el Defensores del Chaco; otras, en Para Uno, el estadio de Olimpia, ubicado en la elegante Mcal. López. El de Cerro queda en Barrio Obrero. El Bosque y la Olla, como si se tratara de un cuento de hadas habitado por el populacho y la aristocracia. Así se dividía el país en dos y se tenía la precaria ilusión de que cada domingo el conflicto podría llegar a dirimirse a favor de unos u otros. “No es un equipo, es Paraguay, fuerte y grande sin rival…” decía la marcha de entonces de la Selección, pero la realidad era otra: nunca pasaba de las eliminatorias y los mundiales los veíamos de lejos, como eternos espectadores de las glorias ajenas. México 70 y la maquinaria brasilera fue el primero en nuestra memoria y de allí en más todos creímos que algún Pelé, alguna vez, jugaría de nuestro lado. En el interior de Paraguay de los primeros setenta la radio a pilas convocaba a todo el vecindario y, como una ruleta en cámara lenta, suspendía el tiempo y los cuerpos en la incertidumbre de la gloria o del espanto. Un interior de vidas interceptadas por pelotazos en el baldío cercano, embotadas de melancolía y tristezas remotas. Un interior que, jaqueado por la pobreza, sufría con los partidos de la Selección como si allí estuvieran todas las posibilidades de redención, de justicia histórica, de expiación de la culpa y de cobro de antiguas deudas. Postergación de la pena, alegría siempre postergada y certeza de que los países pobres jamás asomaban a los redituables mundiales. ¡Paren de sufrir, Paraguay ya está en los cuartos! titula ABC digital esta primera vez de la selección. Y el país para de sufrir, por lo menos por un rato.