domingo, 4 de abril de 2010

Viajes / Río (3)

Las muchachas de Copacabana



Paso lento, ropa ligera, levedad que se respira en el ambiente: así transcurren las noches en Copacabana en este mes de marzo. En la gran feria artesanal del boulevard, un joven artista y vendedor nos cuenta que vive en Ciudad de Dios -la favela que inspiró el film Tropa de Elite- pero que pinta a Rocinha porque es más visual, tiene más ritmo, aclara y hace un gesto ondulante con la mano. Frente a cada edificio de departamentos sobre la Avenida Atlántica hay rejas y seguridad privada. Alrededor de los hoteles de lujo y de ciertos bares están las chicas. No sé si será por la época del año, pero ellas con relación al turismo son legión. Caminan medio indolentes, a veces solas, a veces en grupo. O se instalan en esquinas y esperan, o ingresan a los hoteles a preguntar si hay novedades. Hay tantas y por todos lados que suele ocurrir que toda mujer, a la noche y por la Avenida, cae bajo la sospecha masculina. Y decimos sospecha porque esa mirada implica conjeturas previas, deducciones, creencias, algo maldito de fondo, pero, sobre todo, un esquema mental que requiere muy pocos condicionantes. Apenas, ser mujer, pasear por la playa de noche y no estar rodeada de una numerosa familia. Si la mirada que investiga fuera más sutil, las que andan en ojotas, sin maquillaje y musculosas de algodón quedarían afuera –puesto que las chicas de Copacabana destinan mucho tiempo, esfuerzo y dinero en sus vestuarios. Pero no, basta estar allí, en la pasarela del mito de una ciudad de noches ardientes y placeres desenfrenados, impensables, por lo visto, en los países de origen de los clientes soñadores. La cuestión, sin embargo, viene con ciertos estándares de calidad, no son los papelitos distribuidos por volanteros aburridos que alfombran Avenida de Mayo o Corrientes casi a cualquier hora del día. Aquí todo pretende ocurrir como feliz consecuencia del tradicional y redituable cóctel que conjuga el color oscuro de los cuerpos, el calor agobiante, el mar omnipresente y alguna samba de fondo –mientras no sea Construccao de Buarque, por ejemplo-, y no por el mero negocio sexual. La adquisición del cuerpo en el mercado se debe notar, porque si no, no tendría gracia, pero no demasiado. Estamos cansados de ganar mundiales, nos dice un vendedor de camisetas deportivas cuando detecta nuestro origen, mientras nos ofrece la del enamoradizo Wagner Love; nosotros cinco, ustedes dos, agrega haciendo ostentosos gestos con la mano, con una amplia sonrisa para que nadie se enoje y seamos amigos por un rato. Y nadie se enoja: todo parece posible en Copacabana.