La habré visto alrededor de seis veces. Tal vez por mi adicción al género de terror -adicción que me ha llevado a films inconfesables. Pero sin embargo, hay algo más. Mar abierto no sólo es aterradora por los motivos obvios, los tiburones, el olvido de los turistas en medio del mar, la desesperación radiografiada en tiempo y espacio reales, etc. Lo que resulta realmente aterrador es ver cómo la naturaleza prepara, paciente y casi sincronizadamente, su propio banquete. Allí no hay catástrofe alguna, ni psicópatas ni monstruos ni accidentes. A lo sumo un contratiempo que ubica al hombre en el rol de presa, servido en bandeja. Un banquete que se degusta con fondo de cantos corales, casi angelicales, paisajes paradisíacos y rutinas establecidas de ocio programado y placer garantizado. Nada de tiburones asesinos ni transformados genéticamente: a lo sumo, hambrientos. Como cualquier ser vivo a la hora de la cena y después de estar el día entero en el mar.