jueves, 24 de julio de 2014

CRÓNICAS MONTEVIDEANAS (2) / LA ETERNIDAD Y EL FRAGMENTO

TENSIONES MONTEVIDEANAS
La eternidad y el fragmento

En “La ciudad como problema estético” afirmábamos que lo conflictivo del fragmento posmoderno es su desconexión, su poca relación con el entorno, con su geografía, con la historia. La diversidad relacionada, sin embargo, confiere una identidad fuerte a la ciudad. Es lo que encuentra Simmel en las ciudades antiguas, como Roma, cuando afirma que a pesar de la extrema tensión de sus elementos, la unidad romana no se rompe. Es esa tensión entre diversidad y unidad, que confiere a la obra de arte evocaciones y sensaciones, la medida de su valor estético. Siguiendo a Kant, afirma también que la unidad respalda a cada uno de sus elementos y que la relación no es propia de los objetos en sí sino del espíritu que lo contempla. La experiencia estética entonces es un acto de libertad que dejará su impresión solo si el espíritu se puso en juego para realizar aquella relación. El pasado modernista de Montevideo se entrecruza a cada rato con huellas coloniales y neoclásicas. Historia de esclavitudes y léxicos mixturados se contornean tanto en cuadrículas ortogonales como en extravíos medievales. Existe, de alguna forma, una convalidación de la totalidad urbana a esos fragmentos del pasado que insisten y se reactualizan. Tal vez, su privilegiada apertura al río, que también se juega su propia identidad frente al mar, la complicidad que entabla con su geografía y sus vientos, que  empujan y a la vez ralentizan, tanto los cuerpos como las voces y las épocas, contribuyan a ese juego del espíritu. Habrá que ver, sin embargo, cómo opera esa totalidad sobre las nuevas zonas financieras de interminables y fastuosas torres y sobre los también infinitos asentamientos marginales.  Actual desafío de toda ciudad que aspire a la eternidad.