TENSIONES MONTEVIDEANAS
La eternidad y el fragmento
En “La ciudad como problema estético” afirmábamos
que lo conflictivo del fragmento posmoderno es su desconexión, su poca relación
con el entorno, con su geografía, con la historia. La diversidad relacionada,
sin embargo, confiere una identidad fuerte a la ciudad. Es lo que encuentra
Simmel en las ciudades antiguas, como Roma, cuando afirma que a pesar de la
extrema tensión de sus elementos, la unidad romana no se rompe. Es esa tensión
entre diversidad y unidad, que confiere a la obra de arte evocaciones y
sensaciones, la medida de su valor estético. Siguiendo a Kant, afirma también
que la unidad respalda a cada uno de sus elementos y que la relación no es
propia de los objetos en sí sino del espíritu que lo contempla. La experiencia
estética entonces es un acto de libertad que dejará su impresión solo si el
espíritu se puso en juego para realizar aquella relación. El pasado modernista
de Montevideo se entrecruza a cada rato con huellas coloniales y neoclásicas. Historia
de esclavitudes y léxicos mixturados se contornean tanto en cuadrículas
ortogonales como en extravíos medievales. Existe, de alguna forma, una
convalidación de la totalidad urbana a esos fragmentos del pasado que insisten
y se reactualizan. Tal vez, su privilegiada apertura al río, que también se
juega su propia identidad frente al mar, la complicidad que entabla con su
geografía y sus vientos, que empujan y a
la vez ralentizan, tanto los cuerpos como las voces y las épocas, contribuyan a
ese juego del espíritu. Habrá que ver, sin embargo, cómo opera esa totalidad
sobre las nuevas zonas financieras de interminables y fastuosas torres y sobre
los también infinitos asentamientos marginales.
Actual desafío de toda ciudad que aspire a la eternidad.