lunes, 31 de enero de 2011

EL TURISTA / CINE


Manierismo y Barroco
La cámara recorre los tejados rojos, los palacios renacentistas, las fachadas góticas, las iglesias manieristas, los canales con góndolas  y vaporettos. Varias tomas panorámicas, agua, tejados y el bailoteo que funda y que funde a la bellísima ciudad. Y ella, con los labios rojísimos, la mirada inquietante, la silueta sinuosa, los vestidos lujosos, los largos primeros planos. Y él, por supuesto, desprolijo, melancólico, un poco torpe, bastante desconcertado, con algunos resabios sutiles de su desopilante Capitán Jack Sparrow. Allí están Angelina Jolie y Johnny Deep, perseguidos por la mafia estafada, por la Scotland Yard, la policía italiana y algunos más. Y Venecia que los ampara y los condena a la vez, a través de canales tortuosos, tejados enracimados, vericuetos medievales. La ciudad clásica que ama lo clásico y sus transgresiones, ciudad implacable para el desprevenido, campo de acción de Palladio y del furioso Tintoretto, dos rebeldes que miraron con obsesión el pasado para extrañarlo y fundar el futuro. Voluptuosidad barroca, claroscuros y colores intensos, así transcurre El turista, nada es demasiado real, nada es demasiado sólido. Como la propia ciudad que se bambolea, que oscila entre la escenografía y la tensión vital, que se hunde y que renace, que extravía y deslumbra. A la manera del amor y las pasiones.


lunes, 24 de enero de 2011

DEXTER / TV


Culpa, crimen y castigo


Dexter resulta abrumador. No es tanto el trabajo o,  mejor dicho, la vocación de liquidar asesinos en serie lo que resulta inquietante, ni siquiera la extrema frialdad con la que realiza cada uno de sus actos. Dexter abruma porque constituye una prueba irrefutable de que el mundo donde se mueve con entera libertad no solo lo contempla sino que lo produce con fines expiatorios. No hay distancia alguna entre él y sus víctimas; el argumento moral –la justicia por mano propia frente a la incapacidad de las instituciones legales- se quiebra ante el sufrimiento sincronizado que infringe. El carnicero del Puerto ofrece en sacrificio el cuerpo torturado y aniquilado de sus perseguidos y se redime a través de un ritual cumplido con precisión religiosa. La sangre siempre llega al río, allí tira a los cadáveres, pero a la vez es purificada tanto por aquel sufrimiento como por los límites impuestos por su propia ética. Antes de morir, les hace pagar sus deudas, absorbiendo él mismo toda la culpa de la sociedad que produjo a esos monstruos. Culpa, crimen y castigo se funden en su persona en un círculo cerrado del que sale absolutamente indemne, como acciones y reacciones cuyas resultantes siempre dan igual a cero. Por eso, puede amar a los hijos de su novia  y sonreír ilusionado, como un adolescente enamorado, cuando ella le ofrece una vida familiar en común mientras afila sus instrumentos para impartir justicia y a la vez, cumplir con su trabajo de forense.


lunes, 17 de enero de 2011

EPIDEMIA / CINE


La monstruosa espera
Un hombre, tridente en mano, se dirige a la cama donde está Becka. Lo levanta y cuando está a punto de clavárselo en el pecho, Judy, atada en la cama de al lado, grita y su voz atraviesa el salón, repleto de otros tantos cuerpos inmovilizados a sus respectivas camas. Grita tan fuerte que el hombre se detiene en seco, el filoso instrumento casi rozando a Becka, y mira a Judy. Mirada larga hacia la chica, cambio de idea, caminar pausado, tridente al brazo, actitud ausente, gritos desesperados  Y el talento de George Romero iluminando la escena y la sala aterrada del Village. El verdadero horror de Epidemia (The craizes) es esa espera calculada con precisión cronométrica en la que la cámara se regodea, esa suspensión que detiene el pulso y el tiempo y donde lo atroz se demora para multiplicar sus efectos devastadores. George Romero (al igual que Carpenter y Argento) cifra la suerte del film en esa tensión en la que se asienta, en verdad, la única certeza de la existencia, que es la muerte, y los efectos monstruosos que desata en el ser humano. Monstruos más temibles aún que sus zombies o sus enfermos afectados por bombas biológicas.

viernes, 14 de enero de 2011

SEINFELD / TV A LA MADRUGADA

El enemigo de judíos, católicos y conversos
Jerry Seinfeld está furioso. Desde que se convirtió al judaísmo, su dentista no para de hacer chistes sobre judíos. Durante una consulta, le recrimina al profesional esto que considera una invasión a sus dominios. El hombre le responde que él ya es judío. Y agrega que el humor fue el elemento que mantuvo unido a ese pueblo durante 3000 años. "Fueron cinco mil", corrige Seinfeld con fastidio. "Tanto mejor aún", responde el otro sin inmutarse.  Pero también hace chistes sobre católicos, algo del Papa, Rachel Welch y unos flotadores. Creyendo que es su oportunidad para desenmascararlo, Seinfeld le cuenta al Padre Murray, también paciente del dentista, las presuntas intenciones del mismo: "Padre, le dice, creo que fulano se pasó al judaísmo solo para tener derecho a contar chistes judíos". "¿Y eso te ofende como judío?" interroga el sacerdote. "¡No, exclama Jerry, me ofende como comediante!" Y prosigue, buscando la reprobación cómplice: "Eso no es todo, también cuenta chistes sobre católicos". El padre Murray estalla en carcajadas al oír la historia del Papa y Raquel Welch. Jerry se siente desolado. Antes de salir del confesionario, y como para ratificarse en su rol de comediante, le pregunta al sacerdote si sabe cuál es la diferencia entre un sádico y un dentista. Ante la negativa del otro, responde: "revistas nuevas". El Padre lo mira mal. A partir de allí, todos lo acusan de discriminador, de anti-dentistas, hasta de xenófobo. Solo Seinfeld, con su lógica particular, puede lograr que judíos, cristianos, conversos y ateos -y en casi todos los capítulos, la sociedad entera- se unan para condenarlo. Seinfeld no pasa de moda.

lunes, 10 de enero de 2011

MÁS ALLÁ DE LA VIDA / CINE

Después de aquí
La escena nos fija en la butaca, quedamos inmovilizados para contrarrestar el horroroso espectáculo de los cuerpos fulminados, arrastrados, zarandeados como muñecos por la furia del agua. El tsunami arremete y no hay escapatoria posible. Luego, los atentados, las adicciones, el desamparo, el abuso, la enfermedad, la soledad, las pérdidas: una cadena de eslabones atroces que enlaza a la humanidad más allá de geografías o estratos sociales. Y la muerte en primer plano como recordatorio, democrático como pocos, del destino común que aguarda a todo ser vivo. ¿Qué hay después de aquí? ¿Qué exactamente es lo que nos espera suponiendo que la nada no fuera una posibilidad? son las preguntas detonantes del film de Clint Eastwood, pero solo eso. Detonadores que expulsan a los personajes de sus posiciones (cómodas en algunos casos) y los lanzan a la investigación, a la búsqueda, al desplazamiento, al contacto con el otro, ese que en condiciones benévolas ni siquiera miraríamos. Catástrofe y salvación al mismo tiempo: el destino prefijado queda devastado igual que las costas de Tailandia y lo único que resta es buscar, alterar el cuerpo y los sentidos, salirse de las trayectorias. Tal vez así, y con suerte, se acceda a la única verdad-redención posible en esta tierra. Eso y nada más.

sábado, 8 de enero de 2011

UN MODO DE VIDA (CINE)

Las minas terrestres
No es fácil sintonizar con Leigh-Anne, la protagonista de Un modo de vida (A way of life / Amma Asante, 2004). Con ella, todo parece perdido de antemano. A las imágenes casi bucólicas de esa ciudad portuaria galesa, adormecida por el desgano de grúas inmóviles y chatura edilicia, se le contrapone la actitud revulsiva de la chica. Leigh-Anne y sus amigos funcionan tanto en pandilla como en forma aislada. Toparse con ellos puede equivaler a la muerte. Ese espíritu destructivo, acicateado por el resentimiento del desecho que se visualiza como tal, va aún más allá: no sólo no hay escapatoria posible sino que tampoco se la busca. Cuando uno de ellos quiere ir a Londres a iniciar una nueva vida, los amigos le recuerdan que la metrópolis no es más que la versión potenciada del pueblo, la gran “Paquilandia”. Y cuando otro quiere trabajar, su condición de ocupa resulta imposible de aceptar para cualquier formulario burocrático. La visión del vecino de origen turco, mejor ubicado en la escala socioeconómica del lugar, también les recuerda que, a veces, moverse da mejores resultados que quedarse quieto. Al vital desplazamiento migratorio en busca de alternativas, ellos le contraponen el movimiento mortal de la xenofobia activa. El odio de Leigh-Anne sin embargo es más complejo, el extranjero no es su objetivo final: ella enfrenta con su cuerpo, descuidado y poco atractivo, la rigurosa homogeneidad del perfil urbano, la fastidiosa quietud cercana a la muerte en la que se desarrolla la vida diaria de los que están afuera. Y busca su destrucción. El mundo entero es, para la protagonista del film de Asante, un campo de guerra donde su propio cuerpo funciona como esas minas terrestres que solo esperan el paso en falso, el enemigo de turno, la víctima anónima. Que tanto puede ser un paquistaní como su propia hija.

sábado, 1 de enero de 2011

2011

A los amigos, lectores, colaboradores, alumnos del Centro y colegas:
¡Los mejores deseos para el 2011!
Esperamos que este año nos sigan acompañando, con trabajos, lecturas, inquietudes e ideas.
Y muchas gracias por los años compartidos


Zenda Liendivit