martes, 21 de noviembre de 2017

LITERATURA Y CINE: THE SQUARE / LOS TRAIDORES

Los traidores y The Square:
una amable coincidencia
Confieso que lo recordé recién ayer, cuando estaba en el cine, viendo The Square. Recordé que lo escribí en 1996 y lo publiqué al año siguiente, en el libro "Contratiempo o los vaivenes de la pasión". Era un relato, Los traidores se llamaba, que abordaba el tema del arte moderno, sus posiblidades y sus efectos sobre la vida. El personaje central, Rosaura Galvez, curadora, debía investigar la última y gran obra del artista de moda que había fallecido recientemente y al que solo se lo conocía como el Maestro. La obra se llamaba "El cuadrado". Todo el relato era, obviamente, una sátira al mundo del arte. Felices coincidencias que brinda la vida. ¿Tendré que ir a Suecia?. Seguiré con este tema de los cruces entre literatura y cine.






CINE / THE SQUARE

THE SQUARE
Algo está podrido en Estocolmo


Una superficie que se proyecta y pasa a convertirse en un volumen. Un cubo de aristas y vértices invisibles, filosas, donde puede ocurrir cualquier cosa: un robo simulado, un hombre-chimpancé en la cena de gala de un museo, la disputa por un profiláctico usado o una niña mendiga que vuela en pedazos. O aún más, puede replicarse hacia lo alto, como en el hueco de la escalera, y aullar pidiendo un auxilio que jamás llega a tiempo. Sumatoria de cuadrados entonces es esa ciudad opulenta donde todos obran dentro de la corrección política y en donde los límites se corren o se rompen solo para establecer otros. Pregunta eterna, ambiciosa, básica y un poco absurda como la misma muestra que el atribulado curador Christian (un genial Claes Bang) debe presentar en un Museo de Arte Contemporáneo: ¿Puede el arte –no el ridículo “Cuadrado” sino el film mismo- interceptar la vida, despabilarla, realizar esa tarea microscópica a la busca de aquello que la está liquidando? Pregunta que no puede, ella tampoco, no quedar atrapada en aquella trampa cúbica que afila mecanismos, que se transversaliza en todas direcciones. Que canibaliza y transforma el germen de la modernidad en motor y alimento. The square, el corrosivo film de Ruben Östlund, no da respiro ni deja títere con cabeza: el absurdo del arte contemporáneo es su objetivo pero no el principal. Risa amarga la que despierta, respaldada por un terror que nos recorre a todo lo largo del film. Ya lo demostró en la genial Fuerza Mayor: el hombre moderno sigue siendo un laboratorio fértil para los ensayos más arriesgados. Un desesperado hámster en su laberinto. 

martes, 7 de noviembre de 2017

MARCA DE CIUDAD INTELIGENTE Y EL ABSURDO DE "SILICON VALLEY"

Smart City Brand y Silicon Valley
En cada evento que organiza la tan actual Marca de Ciudad Inteligente (Smart City Brand), concurren, mayormente, CEOS de empresas tecnológicas transnacionales, gerenciadores urbanos, políticos de ocasión y una horda de profesionales de turismo que, mayormente también, no saben muy bien qué hacer con sus títulos. De intelectuales, estudiosos o incluso, artistas y escritores, nada. “Marca de Ciudad Inteligente”: no podía ser más acertado el título. La ciudad contemporánea considerada una mercancía con marca embutida en las conciencias, como la Coca Cola, e “inteligente” a fuerza de las últimas tecnologías lanzadas al mercado. O sea: un negocio redondo. ¿Para qué se precisarían, entonces, pensadores o espíritus sensibles, si la “inteligencia” ya estaría cubierta. Esta espantosa mirada sobre las metrópolis actuales, administradas por tecnócratas, tiene además una característica distintiva en cuanto a lo discursivo. Una mixtura de lenguajes donde disertantes e ideólogos combinan terminología tecnológica, cálculos económicos, diagramas de efectividad y rendimiento, con “lo social”, el “bienestar de todos”, el “mejoramiento del mundo”, la sustentabilidad y otras vacuidades semejantes, en frases que rayan la incoherencia y el absurdo. Esta disciplina de moda me recuerda a “Silicon Valley”, la excelente serie de Mike Judge, donde un grupo de genios de la informática aspira a desarrollar sus ideas dentro de lo que se denominan empresas en formación o start-ups. Insolventes, y a la busca de capitales, se topan con CEOS de las grandes corporaciones tecnológicas. Estos, en forma ridícula, discursean frente a congresos y medios de comunicación sobre sus fines últimos de llevar felicidad al mundo entero (intenciones similares a las de la primera modernidad maquinista), mientras en sus juveniles instalaciones se matan por ingresar al selecto círculo de los megamillonarios del Palo Alto. Y de paso, controlar con mínimos dispositivos e intrincados algoritmos, a ese mundo a través de su más selecta creación: la ciudad moderna.