martes, 18 de agosto de 2020

INFECCIONES POLÍTICAS

Infecciones políticas

Cuando tras las PASO del año pasado, Macri se lanzó a la epopeya del “si se puede”, recorriendo el país y culminando con una manifestación multitudinaria en el Obelisco, desde este sitio afirmábamos que algo se estaba construyendo más allá de los previsibles y casi seguros resultados electorales de octubre. Ni el Pro ni sus socios tenían semejante caudal propio para aquellas demostraciones de poder callejero. Menos aún, con una gestión detrás, que había dejado al país jaqueado por tarifazos, altísimos niveles de pobreza y desempleo, empresas quebradas y deudas siderales. Sin embargo, el peligro que se avecinaba no era otro que el kirchnerismo duro, y probablemente resentido, algo insoportable para la franja media (social y geográfica) pero también insostenible para las poblaciones vulnerables (y también para el costoso aparato publicitario) si el retorno venía “desfondado”. Alberto F., a diferencia de Cristina F., supo amoldar el discurso según el oyente y así convencer incluso a una derecha moderada que se entusiasmó con la idea de que podría haber un gobierno a la europea. El idilio duró poco. El primer temblor fue la reforma jubilatoria, medida copiada de su admirado Macrón, que ya estaba sufriendo embates de los chalecos amarillos. Lo salvó la pandemia y las primeras semanas, donde mostró pluralidad con la oposición en la figura de Rodríguez Larreta, sentado a su lado. Duró bastante poco también. El kirchnerismo, que jamás lo aceptó, estaba más apurado por otros temas: expropiaciones, recaudación de fondos, impuesto a los ricos “por única vez”, reforma judicial, venganza (llevada a cabo con una remake de la madrugada de los cuadernos) y menos amistad con el enemigo, que crecía y podría dar disgustos el año próximo. Ante el fracaso de esas medidas que tendrían que haber salido con relativa facilidad, apañadas por el largo encierro y la fuga inexplicable de los otros Poderes, la hostilidad gubernamental, esa que la clase media detesta tanto, brilló con luces propias. El recurso de la culpa por contagios y desobediencias, de las amenazas, los botones rojos, la política del miedo, el patoterismo y la bravuconada no fueron más que la expresión de una impotencia: la de Alberto Fernández que mostraba un rostro que hubiera espantado en octubre. Desde este sitio también afirmábamos que no había que subestimar al adversario. Que Macri parecía pero no lo era. Que las estrategias no siempre son visibles y muchas veces, en la política, simular cierta torpeza rinde más frutos que presumir inteligencia. Es indudable que la oposición, que no cuenta ni contará jamás con la base popular del peronismo, allanó el camino y lo dejó a Alberto pero también a la silenciosa Cristina, y a sus impresentables voceros, que simplemente “sean”. Como resguardo, tenía garantizada aquella multitud que acompañaría en caso de que el pasado amenazara con retornar. Ayer la progresía volvió a perder las calles. Que aquí como en buena parte del mundo occidental y urbano está siendo tomada por desencantados, desobedientes y descreídos de ideologías de manual que solo funcionan ahí, en los manuales. Confundirlos con la derecha sería otra necedad. Muy estilo K.

HISTORIA Y ARQUITECTURA DEL INDIVIDUALISMO MODERNO

Historia y Arquitectura del individualismo moderno

Empezaron con los canales de chat allá por mediados de los 90, chats temáticos o de intenciones amorosas. Pero algo fallaba: las redes sociales entonces perfeccionaron el mecanismo: solo/a, frente a la computadora, con “mi espacio” donde ejerzo soberanía, poder de aceptar o rechazar, bloquear o buscar, y me publicito, acumulando nombres, seudo amigos (de esos que no van a tu velorio porque les queda lejos). Pero siempre con la narrativa de la comunidad como eje central. Sensación de comunidad: se imitan los procedimientos, las formas, los gestos, y se vacía la posibilidad real. Entre el otro y yo, una pantalla. No fue suficiente: cundo hubo que salir a protestar, a agruparse, a comunicarse, allí renacían las multitudes, y las sociedades recordaban su origen, y arrasaban a su paso ciudades, organizadas paradójicamente por esas redes expulsivas de lo “común”. Había entonces que ir por más. Barbijos (primer obstáculo a la hora de entablar una conversación); DSO (el espíritu fundador de esta cuarentena crónica); la prohibición de reunión (no la respeta nadie, pero la prohibición está, y eso es lo peligroso); la incerteza de su extensión en el tiempo, el del aislamiento y el de las prohibiciones. Pandemia que fertilizó, y perfeccionó, este convulsivo siglo XXI con el antídoto para aquello innominado y sobre todo, incontrolable: las multitudes indóciles.
(Foto: Berlín contra las restricciones / Agosto 2020)

domingo, 9 de agosto de 2020

PANDEMIA Y DESOBEDIENCIA: ¿POR QUÉ NO HACEMOS CASO?

¿Por qué no hacemos caso?

En esta pandemia, la desobediencia civil, o por lo menos el no acatamiento de consejos o recomendaciones institucionales (en caso de Estados menos autoritarios que el nuestro), tiene varias razones. El espíritu de la juventud, siempre imprudente, es la más pobre y además, falaz. En Europa, los bares y las fiestas no son patrimonio de los jóvenes. Menos aún, las playas. Más bien, habría que pensar qué valor tiene hoy para las sociedades occidentales la voz de la autoridad. Y específicamente, qué lugar ocupan en la vida cotidiana del sujeto moderno la democracia representativa y sus representantes. Devaluado, diríamos en una primera aproximación. No se respeta a quien no se cree y sobre todo, en quien no se confía. Y las sociedades no confían en los poderes del Estado, pero tampoco en los mediáticos o sanitarios: motivos no faltan. 

La crisis económica mundial pre-pandemia estaba llevando a la robusta e histórica clase media europea a sucumbir a la pobreza, sobre todo en aquellos países debilitados como España, Italia, Grecia o Portugal. Pero también, en vastos sectores del Reino Unido, con miserias y desinterés que explotaban, literalmente, en edificios sociales y mal mantenidos de la opulenta Londres; o con jóvenes que no encuentran espacio en el mercado laboral. Francia también ya padecía las continuas revueltas de los chalecos amarillos, que por postergación o por reformas jubilatorias “solidarias” habían empezado a poner en jaque al gobierno de Macrón. En América, Trump ganó las elecciones basando su campaña en los sectores del medio geográfico del país, olvidados y devastados por las reiteradas crisis que llevaron, por ejemplo, a una ciudad industrial como Detroit a declararse en bancarrota. 

Occidente no cree en los poderes. La duda es si ya no cree en este capitalismo o perdió confianza en los sistemas de gobierno. Tal vez la famosa “nueva normalidad” (expresión que por suerte está desapareciendo de los medios de comunicación) apunte más bien a esto último: a una reforma profunda de las formas de delegar en otro el poder de decisión. Mientras tanto, y en ese mientras tanto pasa la vida, las sociedades optan por ser artífices de su propio destino desobediente. Ellas elegirán cómo vivir. Y también, cómo morir.