sábado, 23 de diciembre de 2017

CRÓNICAS URBANAS / MIEDO, EROTISMO Y RETORNO

Miedo, erotismo y retorno 

















34° de calor. El centro arde, la gente ansiosa, el tráfico imposible, así miércoles y jueves. Voy de un lado a otro, me quedo atrapada en un embotellamiento, el 37 no avanza. Tomo el subte. Hora pico. Rostros agobiados, abatidos: los celulares apenas cuelgan de algún brazo desganado o directamente están guardados. Pienso: si toda esta gente hubiera estado el lunes en el Congreso, no solo no se realizaba la sesión. Lo hubiera tomado, aunque más no sea por el aire acondicionado. Y no habría balas de goma ni hidrantes que la hubiera detenido. Pienso, sin embargo, que más que furia, veo ansiedad. No creo en balances de fin de año, ¿quién rayos hace balances? No conozco a nadie haciendo listas de pros y contras. Tampoco en el estrés de las fiestas ni en la locura de los regalos: eso se hace a última hora, en algún shopping, y por lo general, sin importar el destinatario. Sigo pensando, ni furia ni balances ni aguinaldos que no alcanzan. Es miedo. No porque nos estemos volviendo un año más viejos y viejas: esa es la tarea de los cumpleaños. Finalizar un año es otra cosa: es miedo. Ancestral. Algo se termina, un ciclo, ¿retornará al día siguiente? Pienso en el rapto de Perséfone y la maldición de la madre: mientras la chica estuviera en el infierno, habría invierno y nada de agricultura; el tiempo que estuviera en la tierra, primavera y verano. La humanidad, entonces, siempre pendiente de un hilo y con posibilidades ciertas de morir de hambre, así un año tras otro: ya sabemos, los dioses son caprichosos. Pienso en los rituales incas, en la dura tarea de los sacerdotes de amarrar al Sol en el Intiwatana para que no se fuera. O por lo menos, para que volviera después de los crudos inviernos del Altiplano. La humanidad pendiente de un hilo. Miedo ancestral, eso es lo que siente el moderno frente a este fin. Tal vez por ello, como garantía, repite los tediosos rituales festivos, las vacaciones del año anterior, y del anterior, y del anterior. O se embarca en aventuras para no repetir. Y garantizar que nada acabará mientras esta dure. Después, el acostumbramiento: el sol volvió, igual que Perséfone. No hay que sacrificar sacerdotes y la tierra volverá a dar frutos. Miedo. Eso pensaba en el interminable viaje en subte de vuelta a casa. Miro distraída a mis ocasionales compañeros de agobio. Todos abatidos, con miedo según mi teoría. De golpe su mirada se encuentra con la mía. Y al hombre no se le ocurre nada mejor que hacer un gesto lascivo con la boca mientras me recorre de punta a punta. Pero no soy macrista: no me eleva la autoestima. Tampoco feminista: no me colgaré un cartel diciendo “tu opinión sobre mi cuerpo no me interesa”. Estoy a punto de preguntarle con la mirada. “¿Cierto? ¿Estás pensando en eso con este calor espantoso?” Pero la desvío y remato mentalmente la reflexión anterior: se termina un tiempo, no sabemos si retornará (retornaremos) el año próximo. El erotismo es también una forma de conjurar ese miedo. Erotismo y muerte están estrechamente relacionados, recuerdo a Bataille. Y a Martínez Estrada y las pervivencias de lo originario en las ciudades modernas. Lo absuelvo al lascivo y bajo en la estación de mi casa. Pensando en el año que se va, en el temor, en el deseo, y en la muerte. Y ojalá, en el retorno.

domingo, 17 de diciembre de 2017

TV / ROOM 104

Room 104: El dilema

El muchacho se está preparando; en cuestión de minutos irá a la convención política de los candidatos a la presidencia de los EEUU. Bien arreglado, de traje, con la credencial correspondiente y un artefacto explosivo en el portafolio de cuero. Hará volar el sistema, literalmente. De golpe, irrumpe el técnico del aire acondicionado, que funciona mal en el cuarto 104. Empieza a arreglarlo y a darle charla. El muchacho, obviamente, nervioso. El otro sigue. La TV prendida en las noticias de la convención. Se da cuenta de que el joven está invitado porque ve la credencial sobre la cama. En algún momento, este le pregunta si, en el caso de que existiera una máquina del tiempo, iría a Alemania del 30 y le pegaría un balazo a Hitler. El técnico piensa, duda, y responde que sí, que lo haría. Sigue la charla. Entonces el hombre vuelve sobre sus pasos. Se retracta, le dice que no, que no iría a matar a Hitler. El joven se impacienta: le recuerda el Holocausto, los millones de masacrados, lo que le ahorraría a la humanidad un acto de esa naturaleza. El técnico duda, le contesta que seguramente habría otro que ocuparía el lugar de Hitler, que eran tiempos de odio, que habría que estar allí, que hubo muchos, muchísimos que lo sabían y que lo apoyaban. Que no era solo Hitler, que había una sociedad detrás.  Room 104 es esto: cada capítulo, de la serie de 12, nos deja un poco tambaleantes, nada que no supiéramos, todo es cuestión de formas. De una estética y un guión que desnaturalizan lo conocido y lo reubican en un sitio inesperado. Televisión Arte y de la mejor.

jueves, 7 de diciembre de 2017

LIBRO EN CONSTRUCCIÓN



La arquitectura desligada de la ciudad, que es la arquitectura urbana, es una aberración, un muestrario, una demostración de poder más allá de cualquier criterio de excelencia. O un solipsismo. Durante mis viajes de estudio a través de ciudades mundiales, me acerqué a esta arquitectura contemporánea. Amor y espanto, claro está. De todo esto, del diseño, del arte, de la arquitectura, de la ciudad, de sus relaciones con otros saberes, de las utopías, trata mi próximo libro, en donde también habrá, claro está, propuestas. Aquí, una de las tantas travesías a través de estas "locuras" actuales:


lunes, 4 de diciembre de 2017

AUTOBIOGRÁFICAS / ANA

Ana




No es exagerado decir que mi abuela Ana, la mamá de mi mamá, me salvó la vida. En lo material, porque me amparó en el exilio después de varias catástrofes tempranas. Fue de ella la decisión de ir a buscarme a Asunción y traerme a Buenos Aires, de ella y de nadie más. Pero sobre todo, intentó paliar esas heridas incrustadas desde tiempo inmemorial; domesticar a ese monstruo, que yacía y mostraba sus garras de tanto en tanto. No me perdió de vista en ningún momento. Allí estaba, luminosa, en silencio y discreta, así se movía. Percibía tristezas y soledades, entonces buscaba ese lugar, esa pileta de verano, ese círculo, ese instante donde yo, recién llegada, viviría aventuras y amistades nuevas. Nunca supe cómo se enteró de las heladas noches en los talleres de la Facultad de Arquitectura: cada invierno, entonces, me tejía pulloveres, bufandas y unas avanzadas calzas de lana. Discretamente también investigaba sobre matrículas, boletos, entradas, conciertos, y después, libros, y así, como si nada, y con esos modos un poco imperativos de alemana de dulces pero decididos ojos verdes, apretaba fuerte mis manos, dejando en claro que cualquier rechazo sería una ofensa. Nunca te cases, me repetía una y otra vez, salí con quien quieras, con los que quieras, viví aventuras, pero nunca te cases. Le hice caso en todo. Y mientras algunos, pero sobre todo algunas, se horrorizaban de mi vida de veinteañera libertina, con la hipocresía recalcitrante de esa burguesía que hace por lo bajo lo que condena en voz alta, a mi abuela Anita le brillaban los ojos de felicidad. Ella, como en la infancia y adolescencia mi mamá, fue la artífice de que yo, sobreviviente de un pasado violento, llegara a ser. Y los que cuenten otra historia, la historia entre mi abuela y yo, los que pretendan cosechar frutos que jamás sembraron, los que intenten dejar como personaje secundario a la protagonista principal de esta gesta, estarán cometiendo imperdonable perjurio. Tendrán entonces mi maldición eterna.

domingo, 3 de diciembre de 2017

BIOGRÁFICOS / EN BLANCO Y NEGRO

En blanco y negro

La televisión encendida en la sala de espera vacía. Ocupo la última fila de una de esas tiras de asientos que siempre terminan organizadas en cualquier forma. Faltan treinta minutos para la hora de visita. Las imágenes en blanco y negro desfilan para nadie, películas del, literalmente, año del moño. Una rubísima Susu Pecoraro presenta los fragmentos; un hombre la acompaña, ni idea de quién podría ser pero, obviamente, un crítico de cine. Entonces entra él. Rara mezcla, pienso: el rostro arrasado por el tiempo pero el cuerpo no. Alto, ligeramente encorvado, flaco, con la infaltable gorra, se dirige hacia el aparato, lo observa, mira la sala y elige ubicarse en mi misma tira pero en el extremo opuesto. Al rato me pregunta si yo puedo escuchar lo que dicen. Le digo que cuando las enfermeras, que están en la oficina de enfrente, están calladas, sí. Le comento que están hablando de Mario Soffici, de Mugica. Sonríe. Sí, ya sé, me dice. Y allí nomás, mientras las imágenes pasan y yo le leo los títulos (La guerra la gano yo con Pepe Arias), él hace algún comentario. Suspira. Odio la grieta actual, agrega con un odio agregado en los ojos, arrasó con todo, el arte, el cine, sigue. Me habla de Sono Film, de sus días como extra, de Evita y de Libertad Lamarque; que siempre vivió en Martínez, que durante el verano, su mamá sacaba una colchoneta y todos dormían en el patio, bajo las estrellas. ¿Quién pensaba entonces en la posibilidad de intrusos? Habla pausado. Me cuenta que viene dos veces al día a ayudar a su mujer, que ayer cumplió 86 años. Yo tengo 92, me dice. No los parece, exclamo sinceramente sorprendida. A esa altura, el rostro arrugado había desaparecido, tenía ante mí a un hombre lúcido al que hubiera escuchado un buen rato más, una mezcla de seductor y un poco filósofo. Sonríe avergonzado. Agradece. Me cuenta que se casó en el 59, que de luna de miel salieron un domingo a las 3 de la tarde y llegaron, en camarote, claro está, el martes a la misma hora. Pero, ¡qué nos importaba! ¡Éramos tan felices!. Nuestro vagón era el último, yo sacaba la cabeza por la ventanilla, el viento me pegaba en el rostro mientras veía el tren retorcerse, un gusano de acero que me maravillaba. Estuvieron en Salta, Jujuy y Catamarca. Dieron las 6 de la tarde, me incorporo, lo miro y le digo un lugar común que jamás suelo decir: me encantó hablar con Ud. El inclina la cabeza, agradece, lo mismo digo. Me desea suerte con mi familiar internado. Yo hago lo mismo con su esposa. Pasó ayer, en una sala de hospital, un sitio repleto de seres en exclusivo tiempo presente.

martes, 21 de noviembre de 2017

LITERATURA Y CINE: THE SQUARE / LOS TRAIDORES

Los traidores y The Square:
una amable coincidencia
Confieso que lo recordé recién ayer, cuando estaba en el cine, viendo The Square. Recordé que lo escribí en 1996 y lo publiqué al año siguiente, en el libro "Contratiempo o los vaivenes de la pasión". Era un relato, Los traidores se llamaba, que abordaba el tema del arte moderno, sus posiblidades y sus efectos sobre la vida. El personaje central, Rosaura Galvez, curadora, debía investigar la última y gran obra del artista de moda que había fallecido recientemente y al que solo se lo conocía como el Maestro. La obra se llamaba "El cuadrado". Todo el relato era, obviamente, una sátira al mundo del arte. Felices coincidencias que brinda la vida. ¿Tendré que ir a Suecia?. Seguiré con este tema de los cruces entre literatura y cine.






CINE / THE SQUARE

THE SQUARE
Algo está podrido en Estocolmo


Una superficie que se proyecta y pasa a convertirse en un volumen. Un cubo de aristas y vértices invisibles, filosas, donde puede ocurrir cualquier cosa: un robo simulado, un hombre-chimpancé en la cena de gala de un museo, la disputa por un profiláctico usado o una niña mendiga que vuela en pedazos. O aún más, puede replicarse hacia lo alto, como en el hueco de la escalera, y aullar pidiendo un auxilio que jamás llega a tiempo. Sumatoria de cuadrados entonces es esa ciudad opulenta donde todos obran dentro de la corrección política y en donde los límites se corren o se rompen solo para establecer otros. Pregunta eterna, ambiciosa, básica y un poco absurda como la misma muestra que el atribulado curador Christian (un genial Claes Bang) debe presentar en un Museo de Arte Contemporáneo: ¿Puede el arte –no el ridículo “Cuadrado” sino el film mismo- interceptar la vida, despabilarla, realizar esa tarea microscópica a la busca de aquello que la está liquidando? Pregunta que no puede, ella tampoco, no quedar atrapada en aquella trampa cúbica que afila mecanismos, que se transversaliza en todas direcciones. Que canibaliza y transforma el germen de la modernidad en motor y alimento. The square, el corrosivo film de Ruben Östlund, no da respiro ni deja títere con cabeza: el absurdo del arte contemporáneo es su objetivo pero no el principal. Risa amarga la que despierta, respaldada por un terror que nos recorre a todo lo largo del film. Ya lo demostró en la genial Fuerza Mayor: el hombre moderno sigue siendo un laboratorio fértil para los ensayos más arriesgados. Un desesperado hámster en su laberinto. 

martes, 7 de noviembre de 2017

MARCA DE CIUDAD INTELIGENTE Y EL ABSURDO DE "SILICON VALLEY"

Smart City Brand y Silicon Valley
En cada evento que organiza la tan actual Marca de Ciudad Inteligente (Smart City Brand), concurren, mayormente, CEOS de empresas tecnológicas transnacionales, gerenciadores urbanos, políticos de ocasión y una horda de profesionales de turismo que, mayormente también, no saben muy bien qué hacer con sus títulos. De intelectuales, estudiosos o incluso, artistas y escritores, nada. “Marca de Ciudad Inteligente”: no podía ser más acertado el título. La ciudad contemporánea considerada una mercancía con marca embutida en las conciencias, como la Coca Cola, e “inteligente” a fuerza de las últimas tecnologías lanzadas al mercado. O sea: un negocio redondo. ¿Para qué se precisarían, entonces, pensadores o espíritus sensibles, si la “inteligencia” ya estaría cubierta. Esta espantosa mirada sobre las metrópolis actuales, administradas por tecnócratas, tiene además una característica distintiva en cuanto a lo discursivo. Una mixtura de lenguajes donde disertantes e ideólogos combinan terminología tecnológica, cálculos económicos, diagramas de efectividad y rendimiento, con “lo social”, el “bienestar de todos”, el “mejoramiento del mundo”, la sustentabilidad y otras vacuidades semejantes, en frases que rayan la incoherencia y el absurdo. Esta disciplina de moda me recuerda a “Silicon Valley”, la excelente serie de Mike Judge, donde un grupo de genios de la informática aspira a desarrollar sus ideas dentro de lo que se denominan empresas en formación o start-ups. Insolventes, y a la busca de capitales, se topan con CEOS de las grandes corporaciones tecnológicas. Estos, en forma ridícula, discursean frente a congresos y medios de comunicación sobre sus fines últimos de llevar felicidad al mundo entero (intenciones similares a las de la primera modernidad maquinista), mientras en sus juveniles instalaciones se matan por ingresar al selecto círculo de los megamillonarios del Palo Alto. Y de paso, controlar con mínimos dispositivos e intrincados algoritmos, a ese mundo a través de su más selecta creación: la ciudad moderna.


jueves, 19 de octubre de 2017

NOVEDADES EDITORIALES / OLEAJE



Estamos expuestos a oleajes terribles: o nos arrastran al fondo o nos lanzan a la costa más cercana. El cuerpo resiste y memoriza para la próxima vez, sin continuidad posible, a lo sumo, precauciones, alertas, mínimas estrategias. Para no ser arrastrado, tampoco resguardado. Así es el proceso de escritura: la única relación con lo anterior es esa resistencia, a no sucumbir y, a la vez, a no salir indemnes, siem-pre soñando crestas eternas.
(Prólogo)

Oleaje. Disrupciones y otros ensayos / Contratiempo Ediciones, 2017

viernes, 13 de octubre de 2017

EN PRIMERA PERSONA (3) / GOLPES DETRÁS DE LA PUERTA

EN PRIMERA PERSONA (3)
Golpes detrás de la puerta



 (No pude evitar la carcajada cuando me enteré de que ese hombre que me maltrató a puertas cerradas hoy sigue estudiando iglesias y capillas en pueblos del interior. Imagino que también tendrá que ir a misa los domingos, confesarse y comulgar. Como para no desentonar. Risa diabólica la mía).

A una mujer maltratada y denunciante, nunca pero nunca se le puede preguntar por qué se quedó junto a su maltratador. O qué hizo para recibir el porrazo, la trompada, o el elemental corte de suministros por parte de aquel. O la apropiación impune de sus bienes. Nunca. Lo dejaron en claro, antes de entrevistarme en la OVD: "no queremos saber qué dijiste o qué hiciste, solo lo que hizo él". Hechos concretos, puntuales: la rodilla sobre el pecho, el cuerpo lanzado al vacío, la mano atenazando la garganta, los pelos zamarreados, la promesa del ácido en el rostro, la amenaza de muerte. O la de desaparecer y dejarme con un niño de pocos años. O el rouge demasiado rojo, pasaporte seguro de una tarde de sexo desenfrenado, con un amigo, un compañero, un colega o con el cerrajero de la esquina. O la falda, el escote, la sonrisa, el gesto de correrme el pelo del rostro justo cuando pasa aquel hombre que siempre es más atractivo que nuestro proto carcelero. No importa tampoco si yo me defendía con uñas y dientes, si lanzaba objetos al aire, cachetadas, insultos. “Yo también pegaba”, afirma el personaje de Nicole Kidman cuando la terapeuta la enfrenta a la realidad de un marido abusador, en “Big Little Lies”. Recién cuando el calvario encuentra una forma verbal, cuando las palabras se escurren inesperadas y quiebran el silencio cómplice, el ocultamiento colectivo, la mirada reprobadora y siempre sospechosa de los otros y sobre todo, de las otras, recién allí se da cuenta del absurdo de dicha enunciación. David y Goliat. Madres que ahogan el grito para que el niño que duerme en la otra pieza no escuche. Ella lo hacía, yo también. Entonces el niño-talón de Aquiles se convierte en botín del otro. Reaseguro del todo igual, escudo extorsivo y protector de tropelías silenciosas. Pero las cosas están cambiando: la Justicia falló dos veces a favor de mis palabras, y solo palabras, porque yo no tenía marcas visibles en el cuerpo. De nada sirvieron los argumentos, “fabulación, mentirosa, fantasiosa” y demás de la otra parte. Yo me enfrenté a un equipo de especialistas, expertos en detectar fábulas. Y sobre todo, maltratos. Los abusadores están en el centro de la escena, aquí y en el resto del mundo; el mecanismo, a veces sutil, a veces, grosero,  develado. Y muy pronto tendrán que ir a llorar (y a robar) a los caminos. O enterarse de que la edad de oro del macho amo y señor está llegando a su fin. Pero aquellas mujeres que vociferan su defensa a “las mujeres” (como si pudiera haber sujeto semejante) también tendrán que tomar nota y abandonar el seudo apostolado: ver hasta dónde y cómo no están reproduciendo los valores que combaten. 

lunes, 9 de octubre de 2017

LO IMBORRABLE


"Lo mataron al Che", asombrado, en voz baja, como siempre que se hablaba de política en casa, papá pronunció estas palabras. La sorpresa de mamá, mi mirada que iba de uno a otra, el olvido transitorio, el juego urgente. Solo esa escena grabada en aquella primavera asuncena que empezaba a calentarse: con seis años a cuestas ya era mucho. E imborrable.

miércoles, 4 de octubre de 2017

BARCELONA / LAS DÍSCOLAS

Las díscolas

Este año en el último curso sobre la Ciudad Mundial que dictamos en Contratiempo se puso especial énfasis en aquellas metrópolis consideradas discolas en cuanto a rupturas estéticas a fines del XIX. Barcelona, Bruselas, Glasgow, Praga, Chicago, Viena. Y, claro está, Londres, en donde se encontrarían (y nacerían) ambas líneas, el industrialismo feroz y la resistencia regional (o el culto al trabajo artesanal). Estudiábamos, a través de material gráfico recabado en innumerables viajes, asi como de archivos privados de registros de época, cómo estas rupturas que dieron origen a lo que se denominarían las protovanguardias (que en realidad, fueron las verdaderas vanguardias) pervivían en la actualidad y presionaban siempre a un afuera. El eje del curso era, precisamente, la pervivencia de aquella desobediencia inicial que las había configurado en la modernidad. Y que por supuesto, se replicaba desde lo estético a lo político (Londres estaba en plena brexit). La mundialización, entonces, era un mecanismo, tanto desde la propia genealogía como hacia ese afuera, al que se pretendía "mundializar". Es decir, el mismo procedimiento (con su contradicción correspondiente) que dio origen al concepto de vanguardia: una mirada singular e irrepetible sobre lo regional, aliada con la tecnología, con intenciones hacia otros bordes en disonancia.


(Fotos: Palacio de la Música Catalana del Arqto. L Domenech / Casa Batló de Gaudí)

domingo, 24 de septiembre de 2017

LIBROS (EN IMPRENTA) / OLEAJE

 Oleaje
Disrupciones y otros ensayos
ZENDA LIENDIVIT
Contratiempo Ediciones

En Oleaje (así como en varios de sus libros anteriores), Zenda Liendivit merodea, acorrala, escava el lenguaje o lo deja a la deriva; el habla común y el artificio literario forman, indistintamente, parte de una escritura de quien sabe que aquello no constituye el problema. Es en el orden del pensamiento donde encuentra y acepta el desafío. En las posibilidades de desmantelar sus límites e ir un poco más allá. Y es en este trabajo donde irán discurriendo, en oleadas que aspiran siempre a crestas eternas, el arte, el cine, la televisión, la reflexión filosófica, la autobiografía así como también la actualidad política y literaria. Formas y pensamientos fragmentados, disruptivos a veces, que  evitan totalidades cerradas. Que impiden, en última instancia, el control sobre esa vida que late en una gramática que se rebela a cualquier sistema o discurso establecido. Oleaje constituye también el camino vecinal a un nuevo libro sobre la modernidad que está preparando la autora.

domingo, 27 de agosto de 2017

EN PRIMERA PERSONA (2) / AUTOPSIAS

En primera persona (2) / Autopsias

Los primeros síntomas de la enfermedad mental que me acompañaría toda la vida surgieron alrededor de los 9 años. Un tiempo después, mi abuela había recomendado una visita al psiquiatra. Nada menos factible en la atmósfera familiar, social y política de mediados de los años 70, cultivada a fuerza de violencias silenciosas y tabúes, y que poco después concluiría en catástrofes y exilios (esta dimensión colectiva será tema de próximas entregas).

Un maltratador siempre intuye este tipo de historias familiares. Como lobo tras el cordero, olfatea el descalabro de ese tiempo de construcción del alma, de incorporación de mecanismos reflejos que tenderán a repetirse con extrema facilidad y que le darán libertad de acción. Lejos del tan de moda concepto de transferencia (el maltratado/a ve en sus relaciones la figura del padre o madre que lo maltrató), anida otro mucho más racional: el maltrato sufrido no constituye una cuestión exclusivamente personal o privado puesto que la figura del maltratador es una tipología cuyo fin principal en la vida es absorber la vitalidad de los otros, un parásito que necesita del anfitrión para vivir y sobrevivir en un mundo donde la exteriorización de esa crueldad está, o debería estarlo, penada por contrato. Quebrar este círculo vicioso, o destino, no siempre implica la fuga o el rechazo “saludable”; también incluye aceptar el desafío que no se pudo asumir en la infancia. En el caso de las relaciones de pareja surge entonces una variante singular, muy alejada de los ideales románticos o del pragmatismo económico. Se entabla una suerte de lucha de poderes en donde los roles del acreedor y del deudor se intercambian, y se fomentan, según las estrategias y las historias de cada uno. Pero sobre todo, cómo cada uno se ubica frente a dichas historias. La única constante es que existe una deuda a saldar, una indemnización a cobrar, que se acrecienta con el tiempo y que exige resolución. Pero no es solo el pasado personal el que reclama sino, por aquella definición tipológica, también el colectivo. El desorden mental, creativo a veces, destructivo casi siempre, hace acto de presencia, entonces, como memoria y a la vez, como resguardo. Cuando llega el momento de desplegar lo aprendido. De desmantelar ese engranaje que se refugia y activa en la impunidad inexpugnable de lo privado. Porque todo maltratador es un estafador que rara vez deja pruebas en el camino (sí, por lo general, un tendal de víctimas que suelen padecer de afasia para expresar esa violentación sistemática y reiterada). La peor emboscada en la que puede caer entonces será toparse con un lobo con piel de cordero que, tarde o temprano, lo pondrá en evidencia frente a los otros. Y este poner en evidencia no implica, necesariamente, llevarlo frente al estrado sino en develarlo como construcción tipificada en donde el instinto que se enseñorea a resguardo del secreteo pierde toda razón de ser. no hay nada más frustrante y desmovilizador para un maltratador que se conozcan las cartas con las que juega. Pero este proceso no es sucesivo como la escritura, no hay un narrador omnisciente que conoce de entrada estos linajes de la crueldad, de la acreencia, de la deuda, de dispositivos y engranajes. Son más bien inscripciones en el cuerpo que, en el mejor de los casos, mientras van buscando la voz, la forma, el tono, el tiempo y el espacio, se resguardan de la temida y esclavizante noción de “obsesión”, o de caer en la trampa del parasitismo. O sea, volverse el otro, definirse por el otro y sus tropelías (por ello, en estas relaciones, la monogamia o la fidelidad suele ser una imposibilidad y la aparición de los otros, un reaseguro). Cuando se da con las formas es porque el presente ya se transformó en pasado, en cadáver en rápido proceso de descomposición sometido a una autopsia con vistas a futuro. 
Domingo 27 de agosto de 2017

sábado, 26 de agosto de 2017

TV / GIRLS. EL ARTE DE LA EXISTENCIA

GIRLS
El arte de la existencia

Todo gira en torno a Hannah (Lena Dunham, que además es creadora y productora de la serie). Y lo que al principio parecería un elemental ejercicio de narcisismo se va transformando, de a poco, sutilmente, en la construcción de una estética diferente. Y no solo porque Hannah, su cuerpo y su intelecto son atípicos en esa periferia bohemia y medio descarriada que es Brooklyn. Promiscua, grosera, exhibicionista, indiferente a cualquier ley social o moral, excedida de peso y poco atractiva, Hannah también es escritora. O mejor dicho, es todo lo anterior un poco por temperamento pero principalmente porque quiere ser escritora. Sus reiterados "desenfrenos" aspiran a acelerar esos escasos 22 años iniciales y transformarlos, a través de la escritura, en shock para una aburguesada y demasiado cómoda clase media que observa indiferente el principio de su debacle. A costa del propio cuerpo, claro está. Porque "Girls" es también una re educación de la mirada neoyorkina en tiempos de Obama (de hecho, Dunham apoyó la campaña del expresidente). Una generación de veinteañeros que no encuentra espacio propio, que pulula por las calles descascaradas de Greenpoint, el vecino del insurgente Williamsburg, y que no aspira a Manhattan (aunque la tenga enfrente) sino a otras formas, diríamos, después de aquella debacle. Hannah, Yessa, Marnie y Shoshanna, secundadas por amigos, novios, padres y amantes de turno, constituyen prototipos desesperados que, mientras rompen con lo heredado, se preguntan qué hacer con un futuro que llega mucho más rápido de lo esperado, hasta casi tornarse presente. Este, entretanto, les explota en los cuerpos, zamarreándolas de un lado a otro. Casi como a cualquier joven: la única diferencia es que la explosión ocurre en ese pretendido, privilegiado y tan publicitado centro del mundo del que, pesada carga, hay que huir como quien huye de un edificio en demolición. Y tal vez retornar. En este desplazamiento, del destino buscado al espacio transformado por aquella búsqueda, se juega la vida de las chicas. Y probablemente, la de una ciudad que empieza a encender las luces de un ocaso inevitable.

martes, 15 de agosto de 2017

EN PRIMERA PERSONA (1) / ESCRITURA Y VIOLENCIA


Cuando mi mamá se enteró de que había posibilidades de encontrarme, cara cara, con aquel hombre que había prometido desfigurarme con ácido, matarme o dejarme insolvente con artilugios y trapisondadas, se aterró. No pudo dormir en varios días. Recordaba la fecha de la audiencia como jamás se acordaba otras, más significativas. Dije, para tranquilizarla: estoy rodeada de abogados, hay amigos haciendo el aguante, empecé defensa personal. Nada. Nada la tranquilizó. Y eso, principalmente eso, me desató instintos desconocidos: ni el ácido prometido, ni las amenazas de muerte, ni el socavamiento económico importaban. El desvelo de ella, de esa mujer con la que había tenido tantas diferencias en mi juventud, de golpe se había convertido en herida punzante. Llaga dolorosa que atravesaba su historia y la mía. Yo escribo, mamá, fue lo que atiné a decir como último argumento. Yo escribo.

Mis experiencias con un violento, ligeramente psicópata, nunca pueden ser exclusivamente privadas. Conforman la estructura cultural-mental del maltratador que se enseñorea sobre mi cuerpo que a la vez testifica otras historias. Me constituyo en prueba. El juicio no surge como revancha ni como castigo sino como desplazamiento. Un cuerpo violentado que se reconstituye a través de la puesta en evidencia del otro. Por eso, la justicia penal es mucho más significativa que la civil. Como en "La colonia penitenciaria", el delito se inscribe en el cuerpo del condenado. Por ello, también, el proceso no puede ser censurado en cuanto a su comunicación: es un asunto político que implica a la comunidad en su conjunto.
Lunes 14 de agosto de 2017

sábado, 12 de agosto de 2017

TELEVISIÓN / VIDA DURA

Salvación

Estoy obsesionada con la miniserie Vida dura. Y en consecuencia, con Ciudad Jardín, en la periferia de Oslo. No sé si existe en realidad o es ficción. Algo similar me ocurrió con el cortometraje holandés Odisea en Bijlmer. Que existe y tuve la suerte de conocer cuando estuve en Ámsterdam. Pero esta Ciudad Jardín está tan lejos de cualquier utopía como, paradójicamente, resulta evidente su cercanía. Prueba de que una determinada disposición arquitectónica no sería suficiente para garantizar felicidad alguna y sin embargo, como un destello edénico, la propiciaría. De la polifonía actoral, hoy me detengo en Jorgen, el torturado y un poco fracasado director de cine al que la productora NRK (que es también la productora de la miniserie en la realidad), lo contrata para dirigir una serie de suspenso. Y, antes de empezar, lo despide sin mayores explicaciones. Este cruce, diría monumental, entre realidad y ficción, no es gratuito: Jorgen, que no tiene problemas económicoos, decide entonces ver más televisión (a la que detestaba) porque supone que allí estarán las posibilidades estéticas que el cine empieza a negarle. Jorgen termina sentado frente a la pantalla para aprender y, en última instancia, para paliar esa acuciante soledad que le provocan los seres que lo rodean en ese espacio altamente cualificado de las afueras de Oslo.

APUNTES PARA UNA BIOGRAFÍA / SABOR AGUACATE

Sabor aguacate

Nos esperaba a la vuelta del colegio con sándwiches de verduras y mayonesa casera en pan francés. Y siempre, el plato con puré de palta, aceite, sal y ajo para untar con galletitas. Por si nos quedábamos con hambre. La llamábamos aguacate, crecía en casi todas las casas de Asunción, era barato, saludable y satisfacía cuando las épocas venían malas. En mi caso y en mi casa, casi siempre. Mamá abusaba del ingenio; a nosotros nos salvaba el estado de gracia de la infancia. Y en la adolescencia, los amores imposibles nos desvelaban tanto que ni la comida ni la palta ocupaban un lugar preponderante en nuestras vidas: hermanas y amigas vivíamos suspirando como protagonistas de novela de siglo XIX. La atmósfera represiva, productora de ficciones, favorecía a los hogares que no habían conseguido ubicarse en la gigantesca maquinaria corrupta y corruptora del stronismo. O, como mi familia, que guardaba prudencial distancia a pesar de que Stroessner no olvidaba: papá, intelectual y militante febrerista, exiliado en Argentina por participar del golpe contra Morínigo en el 47 y colaborar con el grupo que libró al entonces Coronel Stroessner de un atentado en Paraguari, ocupó a fines de los 50 la fiscalía y cargos académicos en prestigiosos colegios y universidades nacionales de Asunción. La colectividad lo recibía y entonces yo, de nena y después adolescente, participaba de almuerzos con esos nombres innombrables, algunos aborrecibles. Pero en la década del 70 ya había iniciado el camino sin retorno al ostracismo y el descarrilamiento mental. Un mundo se le había cerrado; el otro, la familia, pagó las consecuencias. 

Foto: Calle Palma / Años 60



miércoles, 19 de julio de 2017

VIDA DURA / PADRES E HIJOS

Padres e hijos




Los hijos pequeños y adolescentes que aparecen fugazmente en “Vida dura” (la brillante serie noruega del director Olaf Johannessen) adoptan casi siempre la posición de espectadores. Ojos asombrados, cuerpos dóciles, obedientes, el espectáculo, por supuesto, es la vida de sus padres. Y de manera más amplia, la vida en comunidad en Ciudad Jardín, un valorado conjunto habitacional en los suburbios de Oslo. Los chicos están atentos; a veces, indolentes, pero siempre a la espera. Hay leyes no escritas que deben ser respetadas a rajatabla para seguir perteneciendo (así se lo hacen saber los adultos al pakistaní que intenta imponer otras reglas. Así le vá). Tomasz, el inmigrante polaco y pobre que viene en busca de su padre desconocido y que en Varsovia es un lingüista que domina cinco idiomas y allí, un empleado de limpieza de la universidad, actúa como esos niños: asombrado, dócil, observa un mundo regido por la abundancia y sobre todo, por el desasosiego que esta provoca. A modo de “Terciopelo azul”, pero con otros lenguajes y registros, debajo de esa naturaleza, tan amada por los noruegos, se agitan sin embargo pasiones, perversiones y deseos que aquí nunca van a provocar estallidos. Cuando salen a flote (la incendiaria Susy; el zoófilo Vidkun; el escapista Hugo o el poliamor de Turid, Kiram y Holdem), adquieren el signo de la fatalidad inevitable, son disimulados por un siempre igual que impide ver las diferencias o aceptados porque al fin de cuentas, no alteran el devenir establecido. Hay sí una evidente intención de herencia de parte de los mayores hacia la descendencia, que no pasa por cuestiones materiales sino por idiosincrasia. Hijos del frío extremo, de una abundancia desconocida en el resto de Europa, pero también de una certeza, producto tal vez de este aislamiento: nunca nada será demasiado importante, ni para vivir ni para morir, salvo aquellas formas. Jens Christian, el nihilista hijo adolescente de Jorgen y Anitra (director de cine él; profesora de fitness con programa de TV incluido, ella) es el único que parece conocer esta verdad sin escapatoria. Pero es en la figura de Tomasz donde el padre se intercepta con el hijo (viene en busca del suyo y él mismo se convertirá en padre), así como la vida acomodada se cruza con la miserable a través de esas corrientes migratorias de desesperados que de alguna forma funcionan como los hijos pobres y reclamantes de una opulencia deudora. No en vano, Tomasz trata de explicar a los profesores universitarios noruegos que las formas verbales del tiempo futuro deciden las formas en que se lo vivirá. El final de la miniserie, y sobre todo el de Tomasz, no constituye más que la ratificación de aquella certeza: padres e hijos están atrapados en la trama monstruosa y traicionera de una utopía fallida en la que solo se puede permanecer a flote y en la que la supervivencia se juega en la continuidad, producción y reproducción de la misma. Cualquier agujero, perforación o invasión fuera de foco equivale, literalmente, a la muerte.

jueves, 13 de julio de 2017

VIOLENCIA Y MISOGINIA

Cuando se nos judicializa la vida

Muy pronto, sospecho, estaré de nuevo entre audiencias, juzgados, abogados, demandas y probables no-acuerdos entre partes. Como soy escritora-periodista y pensadora, y rara vez (afortunadamente) mi mundo rozó el de aquéllos, llevaré una crónica detallada y crítica de estas nuevas experiencias. Un anticipo, y que tiene estrecha relación con lo que vendrá, fue "Yo denuncio" (lo más leído hasta el momento en la historia del blog). Será interesante internarme en léxicos, estrategias, fueros, recursos, pruebas, alegatos y todo lo que conforma ese tan vilipendiado mundo judicial. En fin: nadie puede decir que de allí incluso no saldrá un libro sobre la situación de la justicia argentina narrada desde el propio cuerpo.
Aquí se irán publicando los capítulos, en entregas, como en el siglo XIX.

domingo, 9 de julio de 2017

CURSO: LA ARQUITECTURA DE LA MODERNIDAD EN BUENOS AIRES

Inicio: Martes 18 de julio

El auge del liberalismo / Terratenientes y burgueses /La ciudad ideal, la ciudad real / Modernidad y Modernización / Neoclasicismo, Academicismo y Eclecticismo / El palacio francés, el pétit hotel y las casas de renta / Conventillo y rebelión / La técnica y la producción del espacio urbano / Las ideas importadas / El ascenso de las clases medias / Nuevos temas, nuevos estilos / La ciudad escrita..

Informes:


sábado, 1 de julio de 2017

ESCRITURA Y VIDA

Después de haber publicado 4 libros (uno de ellos, reedición corregida) en los dos últimos años, 2017 se presenta sabático. No en escritura sino en edición propia. Se está gestando uno, que ya tiene, por fin, título y el índice-guía, esas palabras que ordenan lo ya escrito, lo configuran (sensaciones de autora: nada se sabe del lector en esta instancia). Pero hay un largo camino por delante.
Lo raro es que mis cuatro primeros títulos están casi agotados. Raro, porque jamás entré en vecindad con los grandes jueces de la palabra escrita, y sus aliados mediáticos, terratenientes que alambran los campos de lo pensable y leíble, dictaminando dónde está lo civilizatorio y dónde la barbarie. Esa que quedó afuera de las fronteras y puja no por entrar sino por demoler, precisamente, aquellas domesticaciones naturalizadas y ejercidas sobre masas cada vez menos pensantes. 
(¿Será entonces que el llanto del hermoso replicante de Blade Runner encuentra en ese agotamiento editorial alguna huella de esperanza? Ojalá).

Zenda Liendivit / Julio 2017

CURSO: LA ARQUITECTURA DE LA MODERNIDAD EN BUENOS AIRES

Inicio: Martes 18 de julio
Informes:
revistacontratiempo@fibertel.com.ar




sábado, 3 de junio de 2017

YO DENUNCIO

Yo denuncio
(Una noche en la Oficina de Violencia Doméstica)


Varias hileras de sillas, unidas por tirantes de hierro que hacen que el conjunto funcione en bloque, se mueve una, se mueven todas. Mayoría de mujeres, un muchacho al fondo, un hombre que acompaña a otra. Algunas charlan, otras miran el vacío. Jóvenes, maduras, vestimentas disímiles. Una mesa, con dos dispensadores de agua fría y caliente, y sobrecitos de te, mate y azúcar para paliar el intenso frío, de afuera pero también de allí adentro. Un hombre llama por número, explica el procedimiento. A mí me dice que recién me atenderá el equipo interdisciplinario del turno noche. Salgo a caminar por Corrientes con mi hijo, utopías, militancia y camaradería flotan en el recuerdo por un rato, es sábado de un invierno anticipado. Vuelvo, puntual como me lo pidieron, a las 19:30 hs. Me toman declaración a las 11 de la noche. 

En algún momento asoma un hombre y dice al salón de las esperantes: “Esto es lento, pero sepan que en ningún país del mundo existe una repartición que funciona las 24 hs. del día los 365 días al año, que ofrece la posibilidad de que se lleven la denuncia iniciada y resuelta a las pocas horas”. Su hablar es cálido, sabe a quiénes se está dirigiendo, la extrema vulnerabilidad de la escucha, la espera que también es desespero y alguna tibia, remota esperanza. Hay una chica, joven, que es revisada por un médico y a la que llaman a cada rato. Hay una adolescente que entra con amigos: no quiere retornar al hogar, se lleva mal con el padrastro. Llega mi turno, subo las escaleras, psicólogos, trabajadores sociales, especialistas, todos hombres, me esperan en una pequeña sala calefaccionada. Solo los hechos puntuales, aclaran, agregan que ellos irían guiando la entrevista. Me avisan que la declaración se graba “porque a veces el juez también quiere escuchar a la denunciante”. Debo afirmar que estoy de acuerdo en voz alta. Empiezan las preguntas, quieren detalles, esos que seguramente les hace diferenciar entre alguien que está diciendo lo más cerca a su verdad de una burda mentira. Se cuidan muy bien de jamás preguntar qué hice yo antes de cada episodio violento. Violencia que incluye lo físico pero también sus otras formas, a veces más sutiles, que rara vez dejan huellas y que suelen apelar a la mentalidad policíaca que exije pruebas en todos los ordenes de la vida. Les ahorro la gentileza: tengo memoria prodigiosa y sé dónde, cuándo, a qué hora, qué dije, qué dijo, y qué hizo y qué hice. Así 20 años atrás como la semana pasada. Narro con austeridad, también doy rápidas panorámicas. Es mi vida, no son esos personajes de ficción que suelo crear y que a última hora, certeramente, cambian los planes y la presunta víctima termina siendo el asesino. A ratos me impaciento o enmudezco, a ratos surgen también piadosas lagunas. Asienten. O me piden que no me apure: la transcripción debe ser literal. Llego a mi infancia y adolescencia, trágicas, violentísimas, como ese presente, ahora pasado, que estoy denunciando. Concluyo. Vuelvo al salón y espero. Allí me leerán lo que escribí y tendré que firmarlo. Solo queda una mujer que se acurruca en una silla, apenas abrigada con un buzo. “¡Qué frío hace!”, me dice. Por algo que escuché, ella prefiere quedarse allí, a resguardo. Retorna uno de mis entrevistadores. Me explica los pasos a seguir: el lunes me dirán el juzgado sorteado y la resolución. Fin del papeleo. Entonces ese hombre, con un tono que logra abandonar por un instante el léxico jurídico, prosigue. Que mi denuncia es muy grave. Que el machismo es estructural, transversal, que brota en cualquier lado, que hay que cambiar de a poco esas estructuras, que esta es una etapa de transición. Entonces me señala un hospital de Caballito; me habla de una especialista que es muy buena, me facilita los datos de día y horarios en los que atiende. Que ahora, lo urgente, es no repetir la historia. Hay algo en ese gesto que delata sus años de tratar con violentos y destinatarios. Agradezco sin hablar. Afuera la noche está helada y oscura, asoma el domingo. Pero la vecindad con tribunales hace que los patrulleros abunden. 

El lunes, tal como me lo anticiparon, y rodeada de secretarios, abogados, pasillos, carpetas, como si me hubiera transportado a un relato de Kafka, espero el veredicto. ¿Soy víctima o me acusarán por un crimen que desconozco? Ese que a veces insinúa que si te bancaste a un violento, algo de culpa tendrás. Nada más alejado de la realidad: la secretaria de la jueza que salió sorteada en mi caso me dice que mi denuncia es grave pero que no sea escéptica (entonces me doy cuenta de que leyeron atentamente mi declaración en la que en algún momento expongo mis dudas sobre la efectividad de este tipo de medidas): que muchos hombres, al ver judicializada su violencia, se repliegan. Ni hablar frente a probables juicios en puerta a los que tengo acceso, en la esfera civil pero sobre todo, en la penal. Esta me atrae más por su connotación semántica: penal viene de punición, de castigo, pero también de pena. Pena eterna, ancestral. Es un primer paso, agrega la mujer que jamás podría ser un personaje de Kafka. Salgo del juzgado, llevo en la cartera un papel firmado que dictamina que una persona no puede acercarse a mí a 3 cuadras a la redonda durante cuatro meses, ni comunicarse por teléfono, ni mirarme. La situación resulta un poco irreal: toda la maquinaria estatal, que funciona con un nivel de excelencia que jamás hubiera imaginado, se introdujo en mi vida y puso límites. Las comisarías no se quedan atrás (intervienen las dos, la mía y la del denunciado): recepcionan el pedido con una gentileza no incluida en el imaginario colectivo. 

Yo como destinataria (evado adrede el término víctima), desde la infancia, de violencias y tropelías machistas, de parte de hombres y mujeres, reitero mi posición: hay que remover las raíces, dinamitar las fundaciones; los conceptos sólidamente instalados como rocas. Esto no es un asunto de reivindicación de clase ni de elección de género; mucho menos, de oportunismos políticos o de una delirante confabulación de machos contra hembras: es un problema cultural construido durante siglos por hombres y mujeres. 

Yo denuncio. Pero hago una salvedad: los canales están abiertos, funcionan con una eficacia que solo la ignorancia o la especulación política niega. Agradezco a la OVD, que fue fundada en 2008 y depende de la Corte Suprema de Justicia; a la mujer que con su voz cálida me orientó a través de la línea 144; al juzgado y a su encantadora secretaria que me pidió un poco de fe, a los hombres y mujeres que me atendieron en las comisarías. A esa red que estuvo, a pesar de todo lo que se diga en su contra. Pero algo es cierto: a los resabios de una civilización agonizante, parásitos de sus propios temores, rara vez los detiene ley o papel alguno. Mucho menos, marchas y eslóganes que se escurren como pátina pegajosa, molesta, a veces detonadoras de esas bombas de tiempo combustionadas por la humillación y envalentonadas por la publicidad. Gesto inútil, espejo perverso de lo que denuncian. Trabajo de base, eso es lo que falta. 

Dudo que la vociferancia del oportunismo político sepa lo que es convivir durante casi toda la vida con verdaderos violentos. Yo, en cambio, sí. Y denuncio.

Zenda Liendivit / Mayo 2017